Si bien los últimos meses Kim Jong-un, mi líder asiático preferido, ha estado algo enfermo debido al uso de tacones altos (lo que lo ha alejado del ojo público y de las reuniones con su amigo basquetbolista Dennis Rodman, la única persona de la tierra del Tío Sam que vale) ahora parece estar listo para volver a las canchas.
En efecto, acaba de recordarnos que comparte con varios de nuestros amigos latinoamericanos el don de la honestidad (entre ellos Evo Morales y su imbatible “tener relaciones con la Embajada de Estados Unidos es como una caca”). Mostrando, sin embargo, algo más de proactividad que el presidente Morales, Kim no se contentó con llamar a los estadounidenses “caníbales y asesinos”. Nos referimos a su llamado a promover el odio al país norcoreano. Sugerencia que no solo se enfoca en el objetivo final –derrotar a los yanquis–, sino también en dar alguna vía de escape para todo el estrés que la población norcoreana podría o podría no tener acumulado (estrés laboral, por supuesto, del tipo común en todos los países democráticos y que nada tiene que ver con familiares en campos de concentración inexistentes). Muerte a los yanquis.