El Poder Judicial tiene su magia. A menudo, somete a esos ‘muggles’ que somos los ciudadanos de a pie frente a sus insondables arbitrios a variantes de hechizos sobre los que ya Harry Potter nos advirtió oportunamente. Al recorrer los pasillos del Palacio de Justicia, ¿quién no se ha sentido alguna vez objeto del encantamiento ‘aresto momentum’ (que ralentiza el curso del tiempo) o de la maldición ‘cruciatus’ (que tortura a sus víctimas con un dolor insoportable sin dejar marcas físicas)? Pues bien, a esa lista de conjuros, un juez providencial parece haberle añadido en estos días uno más: el ‘obliviate’, que sirve para borrar recuerdos de la mente de las personas.
Durante sus presentaciones ante la megacomisión, Alan García tuvo intervenciones inolvidables, como aquella en la que, a propósito de los ‘narcoindultos’, señaló: “Estudié largos minutos cada uno de los expedientes para ver con mi convicción si cada uno de los presos merecía eso (una gracia presidencial)”. O aquella otra en la que defendió a Facundo Chinguel afirmando que “lo volvería a nombrar porque este hombre sí actuó bien”. Y sin embargo ahora, por mandato judicial, tenemos que olvidarlas y actuar como si nunca hubiesen sido pronunciadas... ‘Dura lex sed lex’ (‘la ley es dura, pero es la ley’), decían los antiguos juristas latinos. Y a nosotros no nos queda sino decir amén y apechugar con la amnesia que exige el Estado de derecho.