Querida Nadine:
Tengo un anhelo de toda la vida: quiero ser ministro. Y como a partir de los recientes nombramientos de primer ministro y presidente del Congreso he notado perspicazmente que podrías tener cierta injerencia en las decisiones del gobierno, me dirijo a ti para hacer que se cumpla mi sueño.
Reúno de sobra los requisitos indispensables para estar a tus órdenes. No solo no acostumbro, no me sale, no va conmigo, cuestionar deseos de mis superiores, sino que he entrenado por años para el puesto. Ya desde pequeño le llevaba manzanas a mis maestros, luego pasé mis años universitarios amenizando rifas y tómbolas por el cumpleaños del rector y actualmente, cuando veo a algún editor central de este Diario, entro en profundo trance ‘ayayerístico’ y le suelto a grito pelado ‘anajarazos’ como “¡genio y figura ilustre, el Perú todavía no está listo para un editor como usted!”.
Notarás también que mis credenciales académicas son ideales para el cargo. Estudié, como algunos de tus más fieles escuderos, en la filial peruana de La Sorbona (se llama La Sobona y queda acá nomás, en Azángaro) y además, ya que está de moda, te informo que soy doctor (pero a la peruana, así que ni me pidas el título).
¿Habría espacio en tu Gabinete para este fiel y seguro servidor?