En el Congreso, lugar ameno y, podríamos decir, silvestre, ha sucedido un previsible encontrón. Los sagaces Daniel Urresti y Heriberto Benítez se han caído a gritos.
Por temas de espacio, lamentablemente, no podremos detallar todas las razones que se especula estarían detrás del primer grito de Benítez. Basta decir que, en todo caso, son con seguridad infundadas, manipuladoras e inspiradas por ‘Voldemort’ Rospigliosi.
Todo empezó cuando el congresista espetó, presa de ira, un elocuente “¡mentiroso!” contra Urresti. Luego lo acusó, asimismo, de “pintoresco” por usar esa gorra y casaca policiales a las que tanto cariño les hemos agarrado gracias a sus numerosas apariciones en televisión. Y Urresti, que tendrá paciencia pero no tanta, no pudo contenerse ante tanta infamia y, además de pedir “¡¡¡una valeriana!!!” para Heriberto, evocó aquellos tiempos –ellos sí– pintorescos (y, podemos agregar, algo vergonzosos) en los que el entonces candidato al Congreso caminaba histriónico por los pasillos del Congreso con un gatito bajo el abrazo, para cazar pericotes.
Los espectadores de este penoso incidente no debieran llevarse una pobre impresión de nuestros políticos. Urresti solo actúa así porque está pasando por un difícil momento (una denuncia por asesinato y el descrédito generalizado no son fáciles de combatir); lo mismo con el pobre don Heriberto (acusado, y bastante seriamente según lo que parece, de ser parte de las mafias de César Álvarez y Rodolfo Orellana). En el fondo, deben estar seguros, son personas maduras y, como todos nuestros representantes, funcionarios de primera.