(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Ana Palacio

En la mitología griega, se profetizó que la primera esposa de Zeus, Metis, la diosa de la sabiduría, tendría un hijo que, equipado con la astucia de su madre y el poder de su padre, finalmente derrocaría al rey de los dioses. Para proteger su posición, Zeus se tragó entera a la embarazada Metis. El profetizado hijo usurpador nunca nació, aunque una hija, Atenea, brotó de la frente de Zeus.

Las cualidades de ‘metis’ (sabiduría astuta) y ‘bie’ (poder en bruto) fascinaron a los antiguos griegos. En algunos momentos, veneraron lo primero, encarnado por Odiseo, el héroe legendario del poema épico de Homero, “La Odisea”. En otros, celebraron lo último, personificado por grandes guerreros como Aquiles. Pero el ideal era una combinación de los dos. Esto sigue siendo cierto hasta hoy.

A lo largo de las últimas siete décadas, parecía haber descubierto la forma de lograr el difícil equilibrio entre ‘metis’ y ‘bie’. Dotado de abundantes recursos, libre de competidores regionales y rodeado en gran parte por océanos, EE.UU. estaba destinado a ser una potencia global. Pero fue la naturaleza multifacética y flexible del estilo de liderazgo de Estados Unidos –que combinó ventajas militares, demográficas y económicas con un mensaje cultural convincente y una diplomacia inteligente– lo que le permitió mantener su posición como la superpotencia más importante del mundo.

En lugar de ejercer su voluntad en el resto del mundo únicamente por la fuerza, EE.UU. se posicionó como un poder sistémico, uno que se comprometió a defender un orden mundial más amplio que, en última instancia, sirviera a los intereses de todos. Usando tanto zanahorias como palos, Estados Unidos convenció a los países de que estaban mejor participando en ese orden que rechazándolo. Esta combinación de persuasión y fuerza pura –‘metis’ y ‘bie’– formó la base del liderazgo global de Estados Unidos.

Sin embargo, la administración del presidente de Estados Unidos, , está desorganizando este sistema cuidadosamente calibrado. Lejos de mostrar una capacidad de persuadir, como podría implicar el título de su libro “The Art of the Deal” [“El arte del trato”], Trump está tratando de usar el poder puro solo para forzar su agenda “América primero” en el resto del mundo.

Hay muchos ejemplos de la predilección de Trump por el poder. Se refleja en su presión sobre los países europeos, no solo para gastar más en defensa –una demanda válida–, sino también para que continúen canalizando ese gasto hacia los sistemas de armas hechos por Estados Unidos. También es evidente en sus amenazas belicosas contra los supuestos enemigos de EE.UU. Más recientemente, la administración de Trump ha estado golpeando , utilizando inteligencia turbia sobre misteriosas explosiones que han paralizado desde mayo para justificar una acción militar en la región.

La tendencia de Trump a confiar en la fuerza muscular, en lugar de en el cerebro, se evidencia aun más por el uso ferviente de las herramientas económicas de Estados Unidos, es decir, las sanciones y aranceles, para promover sus intereses políticos. La creciente ha generado titulares. Pero la reciente amenaza de Trump de imponer a menos de que el gobierno de ese país frene la migración a través de su frontera norte, fue particularmente reveladora. “Los aranceles –se regocijó Trump recientemente– son una cosa hermosa cuando uno es la alcancía, cuando tiene todo el dinero”.

Y, sin embargo, el mensaje de la historia es claro: al abrazar la fuerza y evitar la persuasión, EE.UU. está socavando su propia autoridad y cortejando la catástrofe. Eso fue lo que sucedió en 1950, cuando el general Douglas MacArthur, después de expulsar a las fuerzas norcoreanas del sur, marchó sin cuidado hacia el norte, donde sus fuerzas y sus aliados se encontraron, y fueron superados por las fuerzas chinas.

También es lo que sucedió en 1964, cuando Estados Unidos utilizó los ataques con torpedos de Vietnam del Norte contra los destructores estadounidenses en el Golfo de Tonkin como pretexto para adoptar una resolución del Congreso que permitía al presidente Lyndon B. Johnson, y luego al presidente Richard M. Nixon, intensificar la participación militar de Estados Unidos en la guerra de Vietnam. Los paralelismos con la situación actual en el Golfo de Omán son preocupantes, por decir lo menos.

Estados Unidos cometió un error similar en la década del 2000, en el curso de la Guerra contra el Terror, cuando empleó la fuerza masiva y rechazó la astucia estratégica favorecida por muchos diplomáticos estadounidenses, sembrando inestabilidad en un Medio Oriente que ya era frágil.

Por supuesto, el liderazgo estadounidense también sufre cuando el péndulo oscila demasiado en la dirección opuesta. El antecesor de Trump, , se apoyó tanto en la persuasión suave que Estados Unidos perdió gran parte de su credibilidad como garante de la estabilidad global. Esto ayudó a preparar el escenario para el desorden de hoy.

Ya sea en la antigua Grecia o en el mundo moderno, la efectividad de confiar solo en ‘metis’ o ‘bie’ es limitada. Eventualmente, la astucia se puede anticipar y contrarrestar, y la fuerza se puede desgastar gradualmente o, si se identifica una debilidad fundamental, se puede demoler rápidamente.

Por ahora, EE.UU. todavía tiene suficiente poder para obligar a los países a someterse a su voluntad. Pero el mundo ya está trabajando para cambiar eso. Hay un empuje cada vez mayor para alejarse de las transacciones denominadas en dólares. El Banco Central Europeo está promoviendo el aumento del euro a nivel internacional, mientras que China firma acuerdos de intercambio de divisas para promover el renminbi.

Las últimas décadas del poder estadounidense han sido, en general, buenas para el mundo. Lo que viene después puede no ser tan benigno o productivo. Para preservar y perpetuar su poder, y apoyar la paz y la prosperidad globales, Estados Unidos debe caminar en una línea fina entre la astucia y la fuerza. Y Trump no es conocido por mantener el equilibrio.

–Editado–