"Tanto la moneda como el sistema financiero se empezaron a estabilizar". (Foto: GEC)
"Tanto la moneda como el sistema financiero se empezaron a estabilizar". (Foto: GEC)
/ JOAN RIOS
Ian Vásquez

La semana pasada Ecuador cumplió 20 años de estar dolarizado. Ha sido un éxito rotundo. Representa el triunfo del ecuatoriano de a pie y ha prevenido que el populismo allí sea tan destructivo como el de Argentina o el de Venezuela.

En los noventa, la moneda nacional, el sucre, se volvió cada vez menos confiable. A fines de esa década, el control político del sucre generó alta inflación, elevadas tasas de interés, una crisis bancaria y la caída de la moneda. Los ecuatorianos huían hacia el dólar. En enero del 2000 el gobierno reconoció esa realidad y oficialmente dolarizó la economía.

Tanto la moneda como el sistema financiero se empezaron a estabilizar. Se frenó la corrida bancaria y los depósitos bancarios comenzaron a aumentar. Desde entonces, Ecuador ha gozado de baja inflación, una caída notable en las tasas de interés y estabilidad, en gran medida por haber eliminado el riesgo cambiario.

No es poca cosa. Rafael Correa no ocultó su odio hacia la dolarización durante los diez años que gobernó, pero fue incapaz de salir de ella. Esta ha sido demasiado popular, pues los ecuatorianos saben qué esperar si se devolviera la política monetaria a la clase política. De hecho, una de las ventajas de la dolarización es la dificultad de revertirla, lo cual le da credibilidad al sistema. Los intentos de desdolarizar, en cambio, causan inestabilidad.

La dolarización ha limitado la habilidad de incurrir en gastos públicos descontrolados. El Estado Ecuatoriano ya no puede simplemente imprimir billetes para cubrir los gastos que se les antojan a los políticos. Esto acotó de manera importante el proyecto populista de Correa y representó una contradicción en el corazón de este: la elección libre de los ecuatorianos por el dólar restringió la mal llamada “revolución ciudadana” de Correa.

Es entendible entonces que Correa argumentara en contra de la dolarización. Lamentablemente, demasiados economistas siguen respaldando estas posturas. Entre las razones esgrimidas están aquellas que sostienen que esta no le permite al país lidiar con shocks externos (como un cambio brusco en el precio del petróleo) con políticas ajustadas a la realidad del país, y que la falta de poder devaluar la moneda perjudica las exportaciones.

Es verdad que los shocks externos existen y pueden perjudicar a los países. Pero también existen shocks internos que suelen ser más comunes en países con instituciones deficientes. La dolarización elimina la posibilidad de que una crisis cambiaria, producto del manejo irresponsable de la política fiscal y monetaria, se convierta en una crisis financiera, en medio de la cual la gente retira sus ahorros del sistema bancario que hasta entonces era sólido. Cuando llega un país a ese punto –algo común en la región–, hay poco que puede hacer un banco central para prevenir la crisis.

Esa vía de contagio no existe con la dolarización. Es más, los países dolarizados con sistemas abiertos al mundo, como Panamá, no solo se benefician del acceso a ahorros globales y amplio crédito, sino también de las matrices de bancos extranjeros que sirven de prestamistas de última instancia ante posibles shocks externos.

Tampoco es cierto que la incapacidad de devaluar perjudica las exportaciones. Si fuera así, Venezuela y Argentina serían grandes exportadores, y ni Japón ni Alemania hubieran podido convertirse en potencias exportadoras al mismo tiempo que sus monedas se revaluaban fuertemente. Las exportaciones dependen de muchos factores. De hecho, las exportaciones de Ecuador crecieron 5% entre 1993 y 1999, 14% entre 2000 y 2006, y 8% durante el boom petrolero del 2007-2013.

La dolarización ecuatoriana aporta grandes lecciones para toda la región.

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