Cuando cayó el muro de Berlín hace 25 años, y los ciudadanos de los países afectados declaraban su libertad, no era para nada claro cómo se debía hacer esa transición, ni hubo consenso sobre hasta qué punto llegar. Nadie tenía experiencia ni conocimiento sobre cómo llevar a un país que vivió décadas de comunismo totalitario hacia la sociedad libre.
Había que experimentar con políticas que a algunos les parecían arriesgadas. Ante el fracaso total del sistema anterior, ciertos países se atrevieron a hacer reformas más profundas que otros. Como dijo el primer gran reformador de la región, el entonces ministro polaco de Economía, Leszek Balcerowicz, “una estrategia riesgosa siempre es mejor que una sin esperanza”.
A Polonia lo siguieron varios países antes comunistas en la manera en que implementaron reformas para producir una de las consecuencias más alentadoras y sobresalientes de aquel 9 de noviembre: el éxito de Europa Central y los países bálticos en democratizarse e implementar reformas de mercado a la misma vez.
No todos los países que abandonaron el socialismo tuvieron la misma experiencia. Rusia y otras naciones de la antigua Unión Soviética, por ejemplo, implementaron pocas reformas o lo hicieron de manera gradual. De allí surgen resultados sociales distintos y grandes lecciones.
Los países que más temprana y rápidamente introdujeron reformas de mercado lograron mejores resultados económicos. El ingreso per cápita de Polonia se ha duplicado desde 1990, mientras que el de Ucrania, que liberalizó poco, es inferior a lo que era hace 25 años, por ejemplo. Según Oleh Havrylyshyn, de la Universidad de Toronto, son los países bálticos y de Europa Central los que más reformas económicas implementaron y de manera más expedita, y son los que se recuperaron más rápidamente y consiguieron el crecimiento más alto de los países antes socialistas.
Las naciones que más liberalizaron sus economías han sido las que más fortalecieron sus instituciones. Las mejoras en el Estado de derecho y la caída en los índices de corrupción fueron mayores en los países bálticos y de Europa Central, según Havrylyshyn. No era verdad, como sostenían algunos, que primero hay que reformar las instituciones y solo después la economía. De hecho, ningún país hizo eso, mientras que muchos, como Rusia, postergaron reformas y se quedaron con instituciones deficientes.
La desigualdad aumentó en todos los países, menos en Europa Central, que ahora se compara con las naciones desarrolladas. La pobreza se mantuvo baja en los países que reformaron rápidamente y disminuyó en muchos de ellos prontamente, mientras que en las naciones “gradualistas” se llegó hasta a cuadruplicar y demoró años en reducirse. De la misma manera, son los países bálticos y de Europa Central los que experimentaron la mejor recuperación y los más altos niveles en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas.
La democratización y la liberalización de mercado han ido de la mano. Los países que más han abierto sus mercados han consolidado sus democracias, mientras que las naciones, como Rusia o Bielorrusia, que tienen bajos niveles de libertad económica, se han convertido o han mantenido regímenes autoritarios. Un libro nuevo del Instituto Peterson de Economía Internacional sobre esta experiencia muestra que la democracia era necesaria y fortaleció las reformas de mercado. Encuentra, además, que los sistemas parlamentarios conducen a reformas económicas y el control de la corrupción mucho mejor que sistemas presidenciales.
Se pueden encontrar excepciones a estas tendencias, y no hay que pensar que las democracias de mercado no pueden revertirse (como está ocurriendo en Hungría). Pero las lecciones de los países antes comunistas son relevantes para América Latina, región en que predominan sistemas presidenciales, que democratizó mucho antes de reformar sus economías, que ha visto reveses democráticos y de mercado, y la que en un futuro verá el colapso de los sistemas autoritarios socialistas de Cuba y Venezuela.