“Mary está enferma” fue la frase que pronunció el almirante Luis Giampietri y que inició la exitosa operación Chavín de Huántar que en abril de 1997 rescató a los rehenes de la residencia del embajador de Japón Morihisa Aoki. Fueron cuatro largos meses en los que el Perú vivió en zozobra. Un país estuvo secuestrado por los terroristas del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) que encabezaba Néstor Cerpa Cartolini.
El almirante Luis Giampietri fue, desde su cautiverio, el aliado que necesitaban los comandos para estructurar la operación. Un marino valiente acostumbrado a poner el pecho por la patria y a enfrentar el terror. Fue él –fundador de la Fuerza de Operaciones Especiales (FOES)– quien estableció contacto con el exterior para planear y ejecutar la hazaña.
Tras 20 años de esta proeza, el 22 de abril del 2017, el Estado Peruano reconoció a Luis Giampietri y a los comandos Chavín de Huántar como Héroes de la Democracia “por su distinguido servicio a la nación y valeroso accionar en la lucha contra el terrorismo, en el proceso de pacificación y defensa de nuestra democracia”.
Además, se instituyó el 22 de abril y el 12 de setiembre de cada año como días de los defensores de la democracia, en homenaje a los miembros de las Fuerzas Armadas, Policía Nacional del Perú, a los comandos Chavín de Huántar, a los integrantes de los comités de autodefensa y a los ciudadanos que prestaron “eminentes servicios a la nación”.
Para mi generación, acostumbrada a ver a los héroes solo en las láminas de Navarrete, el almirante Luis Giampietri fue un héroe de carne y hueso. Unos mueren en el puente de mando del buque, otros se lanzan de un morro para que nuestra bandera no caiga en manos del enemigo, y están los héroes contemporáneos como Giampietri que escriben la historia con hechos de los que hemos sido testigos.
A Giampietri no lo conocemos por un cuadro colgado en un instituto castrense ni por las cartas que dejó a la viuda de su rival. A este hombre de mar lo vimos luchar incansablemente contra el terrorismo, en todas sus formas.
Combatió al terror con las armas y también con la palabra, pues no dudó en enfrentarse a Pedro Castillo y sus huestes. En un país con conciencia del pasado, un hombre como Castillo, con inocultables vínculos con el brazo político de Sendero Luminoso enquistado en el magisterio, nunca hubiera llegado al poder.
“El Perú no merece estar en esta situación”, se lamentaba don Lucho pocos meses después de que Castillo asumiera el poder. Arengaba a la población a acudir a marchas y protestas para ser “una pulga en la oreja del régimen”. Y, en el Congreso, en uno de los últimos homenajes a los comandos Chavín de Huántar, acusó a Guillermo Bermejo de haber estado detrás de un plan para asesinarlo a él y al expresidente Alan García y no dudó en calificarlo de “terrorista encubierto” en la última entrevista que concediera a “Perú 21″.
El título de su libro, “Rehén por siempre”, resume en una frase aquella enfermiza obsesión de los que –perdiendo la guerra en el campo de batalla– se empeñan en perseguir a quienes los derrotaron con interminables juicios.
Giampietri Rojas es un digno heredero de nuestro máximo héroe, Miguel Grau Seminario, y la historia ya lo colocó en el corazón de millones de peruanos agradecidos, lugar al que sus minúsculos enemigos jamás podrán llegar.
Honor y gloria para un héroe de nuestros tiempos.