Ser Acuña es algo relativo, por Franco Giuffra
Ser Acuña es algo relativo, por Franco Giuffra
Franco Giuffra

Para estar a tono con la materia, copio (no plagio) el título del sociólogo Jorge Parodi (“Ser obrero es algo relativo”) para ilustrar el método cognitivo del candidato de Alianza para el Progreso (APP). En el caso de César Acuña, en efecto, la relativización de lo evidente parece ser el sustento sobre el que se apoya un modo de actuación que nos tiene a todos perplejos: ¿tanto se puede mentir?

En cierto modo, sin embargo, Acuña es inimputable. Se ha fusionado tan íntimamente con el engaño, que ya no puede distinguir el sol de la sombra. El ex presidente Alejandro Toledo, por ejemplo, podría ser mitómano, porque sabe que falta a la verdad. Acuña ignora dónde termina la farsa y empieza la realidad. 

Esto le permite decir con soltura que es un ejemplo para la juventud, que una tesis no es plagiada porque el título y las conclusiones son originales, que el robo intelectual es solo una copia sin consecuencias o que es un académico de nota. Seguramente cree que todo ello es verdad. 

Por eso, lo escandaloso no es lo que dice Acuña, sino la conducta del séquito de adláteres que compone su entorno inmediato. Él hace rato que se pasó al lado oscuro de la fuerza o quizá nunca conoció otro espacio moral. ¿Qué ha pasado, en cambio, con sus seguidores?

Ese es el misterio. El afán de supervivencia política no alcanza para explicar las conductas que hemos visto en las últimas semanas. La señora Townsend defendiendo lo indefendible, replicando en la televisión que no hay evidencias de plagio; o el señor Luis Iberico recitando que el plagio es algo menor porque la investigación es el verdadero aporte de una tesis.

Luego están el señor Fernando Andrade, el ex jefe del Gabinete César Villanueva, la vicepresidenta Marisol Espinoza. ¿Tan poco aprecio sienten por sí mismos? ¿Tanto puede valer una curul parlamentaria para hipotecar por ella todo su prestigio, antecedentes, currículos?

Seguramente lo que empezó como un pecadillo venial ha crecido con nuevas denuncias semanales y ahora ya no saben cómo bajarse del vagón. Pobres. Porque ese tren se dirige ahora indefectiblemente al despeñadero. Sea por la inminente expulsión de la APP de la carrera electoral, sea por la creciente desaprobación ciudadana o por la larguísima sucesión de juicios que Acuña se ha comprado con cada una de sus fechorías.

A todos ellos, y a la señora Beatriz Merino que, desde la Universidad César Vallejo (UCV), ofrece con su presencia un dudoso respaldo moral a un presunto delincuente, les quedan sin embargo las horas cruciales de la definición.

Antes de que los boten de las elecciones, antes de que se reduzcan a un nivel de votos que les impida pasar la valla electoral, antes de que se sancione formalmente que la UCV falsifica sus actas, tienen que saltar. Quedarán magullados, pero vivirán para contarla. 

El pastor Humberto Lay ya dio el ejemplo. Bastaría que otras de estas cabezas visibles ofrezcan una muestra de honestidad para que todo el montaje inescrupuloso de Acuña se empiece a derrumbar, como las piezas de un dominó. 

Acuña mismo ya es insalvable. Correrá la suerte que se merece. De cualquier modo, tiene los recursos psicológicos para procesar el desenlace. Sabe que todo es relativo en la vida y probablemente no sienta que lo sacaron, sino que lo dejaron fuera. O pensará que no perdió, sino que le ganaron. Con toda seguridad, no sufrirá.