(Foto: Internet).
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Enzo Defilippi

La última película que está dando que hablar en la prensa económica es el documental “American Factory”, estrenado hace unas semanas en . El filme, coproducido por y , cuenta la historia del cierre de una planta de General Motors (GM) en un pequeño pueblo de Ohio y su posterior reapertura como subsidiaria de la empresa china Fuyao Glass, uno de los mayores fabricantes de vidrios para automóviles en el mundo.

Al principio, las cosas van muy bien. Los antiguos trabajadores de la planta la estaban pasando mal y su reapertura trae alegría y esperanza a la comunidad. Pero los choques no tardan en aparecer. Los estadounidenses resienten las maneras de los chinos y los estándares de salud y seguridad distan de ser los de antes. Los accidentes ocurren con tanta frecuencia que el tema comienza a aparecer en los medios.

La película también nos muestra las condiciones bajo las que Fuyao opera en China. Vemos que los obreros, además de estar sujetos a una disciplina militar (se forman, toman distancia, miran al frente y gritan su número en la cuadrilla), trabajan en turnos de 12 horas diarias con solo dos días de descanso al mes (¡!). Y en ocasiones lo hacen bajo estándares de seguridad mucho menores que los de Estados Unidos. Una escena, por ejemplo, muestra a un grupo de empleados separando vidrio roto sin usar lentes protectores ni guantes a prueba de cortes.

Para la gerencia, por otro lado, los empleados estadounidenses, que no trabajan los fines de semana ni se les puede obligar a trabajar horas extras, son poco productivos. “Son lentos y tienen los dedos gordos”, dice el dueño de la empresa. “Y cuando tratamos de manejarlos, nos amenazan con formar un sindicato”.

A mí, esta película me inspira algunas reflexiones. La primera, sobre la competitividad de la industria china y cuánto de ella está basada en la imposición de condiciones laborales que serían ilegales en muchas partes del mundo (¿se imaginan trabajar 12 horas al día seis o siete días a la semana?). La segunda, sobre el implícito rol del Partido Comunista chino en esta historia. Todos los trabajadores de la matriz forman parte de un sindicato afiliado al partido que claramente no está allí para defenderlos sino para mantenerlos a raya a través de sus vínculos con el Estado. De hecho, el presidente del sindicato y secretario del comité del Partido Comunista es nada menos que el cuñado del dueño de la empresa. ¿Quién va a ser el valiente que se queje de las largas horas de trabajo? Resulta revelador que el filme muestre los grandes esfuerzos que hace la gerencia por evitar la formación de un sindicato en la planta estadounidense. Allí sí sería una fuente de preocupación.

La última reflexión es sobre el empleo industrial y cómo los obreros que no han logrado reconvertirse son los grandes perdedores de la globalización. Al inicio de la película, una de las afectadas por el cierre de la planta dice que desde entonces había tenido que luchar por volver a la clase media. Otra, que en Fuyao gana menos de la mitad de lo que ganaba en GM.

“American Factory” no es un documental inspirador o emocionante, pero sí uno de los más interesantes que he visto últimamente.