Arancel cero, por Iván Alonso
Arancel cero, por Iván Alonso
Iván Alonso

El ministro Alonso Segura ha presentado la semana pasada lo que vendría a ser su propio plan de diversificación productiva y promoción de las exportaciones. El plan está implícito en el decreto supremo que reduce a cero las que pagan más de 1.800 insumos importados y que es parte del cuarto paquete reactivador. Una buena medida. Ojalá dure.

Decimos que el decreto es como un plan de promoción de las exportaciones porque los aranceles, aunque formalmente gravan la importación, son, en efecto, un impuesto a la exportación. La única razón por la que vale la pena el esfuerzo de producir para el mercado externo es que de esa manera conseguimos los dólares o euros que sirven para comprar las cosas que otros países producen. Si tenemos 100 soles para comprar un producto en el exterior, pero el fisco grava esa compra con un arancel, digamos, de 11%, nos quedan solamente 90 para pagarle al exportador por sus dólares. El resultado es el mismo que si el exportador estuviera sujeto a un impuesto del 10% por los dólares que genera porque, en lugar de venderlos a 100, los vende a 90.

Pero además la eliminación de toda clase de barreras al comercio exterior, incluyendo las barreras arancelarias, es uno de los medios más efectivos para asegurar el mejor uso posible de los recursos productivos del país. ¿Para qué vamos a producir gasolina si podemos comprarla más barata en el mercado internacional? La respuesta política es que con eso creamos empleo. La respuesta económica es que estamos usando mal nuestros recursos.

El capital y el trabajo que empleamos para producir gasolina no pueden dedicarse simultáneamente a producir otras cosas. Si es muy caro producir gasolina dentro del país es porque hay que pagarles a los trabajadores e inversionistas por lo menos lo que ganarían si se dedicaran a otras actividades. Y si en otras actividades ganan más de lo que se les puede pagar para que la producción local de gasolina sea competitiva internacionalmente, pues es mejor que se dediquen a esas otras actividades, en las que evidentemente son más productivos.

Los aranceles distorsionan las señales que emanan de los precios internacionales para dirigir nuestros recursos a sus usos más valiosos. Si un producto puede comprarse en el exterior por menos de lo que a nosotros nos costaría producirlo, deberíamos importarlo. By all means, como dicen los gringos: de todas maneras. Así podemos dedicar nuestros recursos a aquello en lo que son más productivos. Pero los aranceles alteran el cálculo empresarial, de tal modo que lo que sería más barato comprar en el exterior se vuelve más caro. El empresario responde a esa falsa señal y decide producir localmente, distrayendo recursos de otros usos que aportarían más valor a la economía del país.

Sin embargo, la reducción de aranceles no implica que los productores locales que compiten con las importaciones tengan que cerrar sus puertas. Es posible que sea así, en cuyo caso rápidamente reorientarán sus recursos, como ha ocurrido en el pasado. Pero también es posible que le hagan frente a la competencia del exterior buscando dónde reducir sus costos y descubriendo quizás que eran más eficientes de lo que creían.

No debería dar marcha atrás el ministro Segura con la eliminación de aranceles. Debería, más bien, hacerla extensiva a todas las importaciones.