Ian Vásquez

En las recientes primarias argentinas, recibió una votación superior a las de los otros candidatos y, por ende, podría ser el próximo presidente de su país. Entre sus propuestas de gobierno, la principal es dolarizar la economía; es decir, reemplazar el peso argentino por el dólar.

Enhorabuena. En un país que sufre una inflación del 113% no nos debe sorprender el apoyo popular del que goza Milei. Detrás de esa cifra está un problema crónico que los políticos siempre han alentado con la maquinita del banco central: el gasto público descontrolado. Esto ha llevado a recurrentes crisis de deuda y a ‘defaults’.

La creciente dependencia en el sector público –más del 60% de la población recibe transferencias directas estatales– solo ha empeorado el desempeño económico. El ingreso per cápita está por debajo de lo que era hace 15 años y más del 40% de la población vive en la pobreza.

La única manera de restringir la voracidad de los políticos a la hora de gastar lo que no es suyo, y así proteger el poder adquisitivo de los argentinos, es a través de la . Es la camisa de fuerza que el sistema político argentino evidentemente necesita, pues imposibilitaría la imprenta de dinero para financiar la irresponsabilidad de los gobernantes.

Los beneficios de la dolarización son varios. Bajaría la inflación, tal y como nos muestra la experiencia de los tres países dolarizados latinoamericanos. En las últimas dos décadas, Ecuador, El Salvador y Panamá han experimentado las tasas más bajas de inflación en la región. Entre otras ventajas, la dolarización eliminaría el riesgo cambiario que tanto ha hecho para espantar capital del país y reduciría la tasa de interés que ahora se encuentra en 118%.

Pese a los beneficios, algunos critican la idea de adoptar el dólar como moneda oficial. Dicen que no habría suficientes dólares para hacer la reforma, que socavaría la soberanía y que eliminaría la habilidad de tratar con shocks externos a través de una política monetaria propia.

No son argumentos fuertes. Argentina ya está dolarizada, pero no de una forma oficial. Se calcula que los argentinos tienen más de US$260.000 millones fuera del sistema –en los colchones, en bancos extranjeros y demás–. Esa cifra es más que suficiente para dolarizar, una reforma que en sí pondría esos dólares a la luz del día. Cuando Ecuador anunció que dolarizaría en el 2000, los depósitos bancarios en dólares se incrementaron inmediatamente.

Por eso también es risible que la dolarización implica una pérdida de soberanía. Los argentinos ya han escogido el dólar precisamente porque, como ciudadanos, no han tenido soberanía sobre sus bolsillos.

¿Qué del peligro de no tener herramientas estatales apropiadas en caso de una crisis externa? Eso no ha sido un problema mayor para los países dolarizados, y menos en el caso de Panamá, país dolarizado por más de 100 años y cuyo sistema financiero está altamente integrado a nivel internacional. La verdad es que el riesgo de shocks internos –creados por la irresponsabilidad de los políticos y los bancos centrales– es infinitamente más alto que el riesgo de shocks externos, sobre todo en el caso argentino.

La enorme deuda que ha emitido el banco central argentino, y que parece impagable, es un problema serio que requiere una solución técnica al dolarizar. Pero esa deuda es problemática con o sin dolarización y felizmente los economistas Emilio Ocampo y Nicolás Cachanosky proponen un plan creíble para enfrentarla. Según ellos, solo con la dolarización se puede empezar a resolver el problema.

La dolarización no resolverá todos los problemas argentinos. Estos requieren de otras reformas. Pero como bien observa Ocampo, el ahora asesor de Milei en este tema, si no se establece la estabilidad monetaria de manera creíble, será prácticamente imposible realizar otras reformas.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Ian Vásquez Instituto Cato

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