Visité Buenos Aires por primera vez hace medio siglo. Varios amigos me habían recomendado los zapatos de la tienda Guante, en la elegante calle Florida. Esa fue una de las raras veces que fui de compras. No pude creer los precios en la vitrina, increíblemente baratos. Por única vez en mi vida, le dije a un vendedor: “Quiero el modelo más lujoso de la casa”. Me costó 10 dólares. Aquellos calzados resultaron los mejores que he tenido. Duraron tanto que se volvieron los más raídos y andrajosos del mundo, hasta que un día, misteriosamente, desaparecieron de mi armario. Décadas después volví a Buenos Aires y me dirigí directamente a Guante para reponer el modelo. Tenían guardado mi apellido y, de un antiguo archivo de madera y papelitos, sacaron mis medidas. Pero lo que no habían guardado era el precio: esta vez el mismo modelo costó 90 dólares. Lamentablemtente, la calidad no fue la deseada, pues el par de zapatos resultó incómodo y duró poco.
Otro hecho de esa visita de hace medio siglo fue comprobar que en esa ciudad no existía la pobreza. Al menos, no la encontré. La búsqueda fue así. Ubiqué a un amigo de la universidad que por entonces era ministro en Argentina. Tiempo atrás me había comentado acerca de su única y breve visita a Lima, donde quedó impactado por la pobreza de las tan visibles y masivas “barriadas” limeñas, fenómeno entonces desconocido para un argentino. Cuando nos reencontramos, me invitó a conocer la ciudad . En el camino dijo: “Nosotros ahora también tenemos barriadas. ¿Quieres ver?”. Asentí y empezamos un larguísimo recorrido en auto por las calles y los barrios de Buenos Aires. Pese a las vueltas y vueltas, no encontramos el rincón de pobreza que me quería mostrar. Finalmente se rindió y, frustrado, dijo: “No entiendo, estaba seguro de haberlo visto por acá”. Buscar la pobreza en la Buenos Aires de esos años era buscar una aguja en un pajar.
Hace pocos días mi colega Nelson Torres Balarezo regresó de un viaje familiar a Argentina y publicó sus observaciones en el portal del Instituto del Perú. Su nota me recordaron esas imágenes guardadas de la Argentina de antes.
En cuanto a la pobreza, Nelson dijo: “Hay barriadas y muchas”. De visita en Mar de Plata con su familia, señaló: “Quedamos aterrados en las barriadas, al nivel de las peores zonas de Lima”. Por otro lado, “lo más sorprendente de la visita fue lo barato que me pareció el país. Esta vez no tuve restricciones al momento de elegir dónde comer o recelos al tomar un taxi. En general, los precios son inferiores a los limeños”. Otra señal de empobrecimiento.
Durante la visita, Nelson cumplió un sueño al conocer el Palacio Barolo, uno de los principales edificios de la ciudad. Admirando la belleza arquitectónica, escuchó el siguiente diálogo:
–¿Por qué hacían estos edificios magníficos en aquellos años? –dijo un visitante.
–Tenés que entender que Argentina era en aquella época como el Dubái de hoy, un país muy rico y opulento –dijo el guía.
Esa conversación –dice Nelson– le provocó la siguiente reflexión: “A veces pienso que la tan mentada frase de Vargas Llosa hermana al Perú y Argentina. En algún momento del siglo XX, Argentina era uno de los países más ricos del mundo. Hoy, es [casi] un país tercermundista más. ¿Cuándo se jodió Argentina?”.