Hasta que por fin sucedió. El Banco Central Europeo (BCE) fijó por primera vez una tasa de interés negativa –menos 0,1% anual– para los depósitos que los bancos mantengan allí. Los libros de texto de macroeconomía han repetido hasta el cansancio que la política monetaria está limitada por la imposibilidad de reducir las tasas de interés por debajo de cero. ¿Quién va a depositar 100 euritos ahora para que le devuelvan 99,90 en un año? Pues alguien que quiera guardarlos en un sitio seguro. Pagar una tasa de interés negativa es lo mismo que cobrar por la custodia. No es tan impensable.
Obviamente el BCE no está retrocediendo a los orígenes de la banca, en los que la custodia del oro era la esencia del negocio. Su propósito es, más bien, penalizar a los bancos que dejen estacionados en su bóveda los fondos que deberían estar prestándoles a sus clientes. Lo que quiere es que la plata circule; que el crédito se expanda para que se reactive la economía europea. Con esa finalidad también ha reducido la tasa de interés que cobra a los bancos que acuden al BCE en busca de fondos y ha puesto a su disposición 400.000 millones de euros para aumentar los préstamos personales y empresariales.
No es que la economía europea no esté creciendo, pero hay varios países en donde sigue cayendo, incluyendo Italia y Holanda entre los grandes; y el desempleo todavía es altísimo en Grecia, España y Portugal. Sin embargo, lo que ha empujado al BCE a actuar de esta manera es el temor a la deflación, que es lo contrario de la inflación. En mayo los precios al consumidor en la zona euro subieron apenas 0,5% con respecto al año anterior. El BCE quisiera que la inflación estuviera más cerca del 2%. Su mayor preocupación es caer, como dijo su presidente Mario Draghi al anunciar las nuevas medidas, en “un período prolongado de baja inflación”.
Para el BCE, como para muchos economistas, eso sería peligrosamente cercano a una espiral deflacionaria, en la que una caída de los precios provoca una caída en la actividad económica, y esta, a su vez, una nueva caída en los precios. ¿Cuánto de realidad hay en ese temor? No mucho, creemos. Se pone como ejemplo la deflación y el estancamiento que ha sufrido Japón. En diez de los últimos quince años, el índice de precios para el consumidor japonés se redujo, acumulando una caída de 3% desde 1998. En ese mismo lapso la economía japonesa, según datos del Banco Mundial, creció alrededor de 15%. Nada mal para un país cuya población se mantuvo constante. El BCE parecería estar peleando contra molinos de viento.
Sería una pena que el BCE abandone, a estas alturas, la moderación que ha venido mostrando desde el comienzo de la crisis internacional. A diferencia de la Reserva Federal, no ha permitido hasta ahora una expansión desmesurada del crédito. Esa moderación no ha sido impedimento para que Europa salga de la crisis. Lentamente, es verdad, pero no hay otra manera de salir. Al darle más fondos al sistema bancario, el BCE puede reactivar la economía en el corto plazo, estimulando el consumo y la inversión; pero también corre el riesgo de facilitar inversiones que no sirven un propósito útil porque no se sustentan en una demanda real por las cosas que producen y que de otra forma no se harían. Eso sería un desperdicio de recursos, que a la larga no beneficia a nadie.