¿Cuánto más podemos desinflarnos? ¿Ingresaremos a una recesión? Y de darse, ¿será efímera o persistente?
Por encima de las generosas proyecciones para el 2015, algo debe quedar claro: mientras la inversión privada y las exportaciones tradicionales continúen en picada, el lado económico no pintará bonito. Importará poco esa fe ciega en inflar la inversión pública. La realidad del 2009 (cuando caímos rápidamente, pero fuimos salvados por la recuperación de los precios de las exportaciones) y la actual contrastan que la receta fiscalista no funciona. Y es que cuando caen las exportaciones tradicionales, la inversión privada la sigue y la recaudación tributaria se complica. Con ello, emergen los deterioros en las cuentas fiscales y externas, lo que produce que las propuestas para reactivar con mayor gasto estatal queden en su lugar: el tacho. Si no sirve la receta fiscalista, ¿qué debería hacer el gobierno?
En ausencia de un cuarto maquinazo estadounidense, ayudaría que se entienda que las actitudes presidenciales sí importan. Mientras Alan García se desgastaba tratando de atraer capitales, los Humala difícilmente lo hubieran podido hacer peor. Piero Ghezzi, ministro de la Producción, tiene toda la razón cuando escribe que su administración infló absurdamente las regulaciones y la tramitología, y que esto les pasó la factura. En resumen: cuanto menos intervenga la burocracia, mayor será la diversificación privada.
¿Cuánto podría caer la inversión privada este año? Si la siguen haciendo tan mal, si no hay maquinazos estadounidenses adicionales, si el Banco Central de Reserva sigue aterrado (administrando el alza local del dólar), si reingresa el equipo de la gran transformación y si se desencadena un severo fenómeno de El Niño, el desplome de la inversión privada podría ser aún mayor. Además, en este contexto, la caída de las exportaciones se aceleraría.
¿Y los precios externos? Claro que estos son importantes, pero no esperemos un golpe de suerte. Flotar sin mayores reformas, dependiendo de los precios externos, es el lugar común de nuestros gobiernos de las últimas dos décadas. Lo real es que el viento de cola ya se acabó.
Entonces, ¿qué podría evitar que caigamos? Ayudaría entender que por no reformarnos hacia el mercado tenemos términos deplorables de competitividad y clima de negocios. Además nos perjudica haber inflado lo estatal y abandonado el modelo. Hoy pagamos la factura, con crecimientos minúsculos o con recesión.