Venezuela está a punto de colapsar. La crisis que ha engendrado la revolución bolivariana es total: económica, política y social. La escasez de prácticamente todo lo importante –comida, electricidad, medicinas, agua– ha derivado en colas interminables, hambre, una creciente ola de saqueos y conflicto social, y una crisis humanitaria. La gente se muere por falta de medicamentos o equipos médicos que funcionen. En el 2015, la tasa de mortalidad de bebes de menos de un mes se incrementó en los hospitales públicos en cien veces respecto del 2012. La tasa de mortalidad de madres nuevas en los mismos hospitales casi se quintuplicó.
Ante esta realidad, el presidente Nicolás Maduro, en vez de anunciar reformas, ha respondido de manera delirante. Ha declarado un estado de emergencia, una mayor militarización de la sociedad y una profundización del experimento socialista en el que culpó de los problemas del país a una guerra económica librada por los empresarios y Estados Unidos.
Es propicio que este año marque el aniversario 40 de la publicación del libro clásico del pensador Carlos Rangel (1929-1988) que todo venezolano debe leer: “Del buen salvaje al buen revolucionario”. Rangel criticó de la manera más severa las ideas que entonces estaban en plena moda en América Latina –la planificación central, la supuesta dependencia de los países pobres de los ricos, la necesidad de la ayuda externa para salir de la pobreza, y demás conceptos de moneda corriente–. Rangel fue, como dice el escritor Plinio Apuleyo Mendoza, un precursor por anticipar cambios que eventualmente se dieron en buena parte de la región pero no en su propio país.
El pensamiento de Rangel tiene más vigencia hoy que nunca en Venezuela. América Latina, según Rangel, se ha dirigido a base de mitos y ha sido vulnerable a “ofertas políticas construidas sobre la mentira, o que apelan a la verdad solo a medias”. Así, la idea de que existió un paraíso en América antes de la llegada de los europeos, se convirtió en tiempos modernos en la idea del buen revolucionario que reivindicaría la era del buen salvaje. El fracaso de América Latina –especialmente comparado a Estados Unidos– se debe a factores externos. Desde el descubrimiento, los europeos han utilizado a América Latina para proyectar sus fantasías, frustraciones y sentimientos de culpabilidad, que en el tiempo se convirtieron “en los venenos con que se alimentaron los mismos latinoamericanos”, según el intelectual francés Jean-François Revel.
Los venezolanos reconocerán ese divorcio con la realidad. Para dar tan solo dos ejemplos actuales de esto, la ley chavista de “precios justos” crea escasez y mercados negros de precios astronómicos, y la hiperinflación ha llevado a la devaluación acelerada del “bolívar fuerte”.
Es asombroso qué tan clarividente fue Rangel sobre el destino venezolano. En 1983 dio un discurso ante una asociación empresarial donde aclaró que en Venezuela “nunca hemos tenido una economía libre” y que lo que existía desde el principio era un sistema basado en “el monopolio, el privilegio y la corrupción” que era absolutamente “antagónico a la economía de mercado”. A diferencia del análisis de la élite venezolana, Rangel creía que los problemas no se debían al mercado libre, sino a la “hipertrofia del Estado”.
Y ese problema, a su vez, se agravó “por dos factores nuevos: el socialismo y el petróleo”. La élite política venezolana estaba imbuida de ideas socialistas y creía que, bajo la democracia, se podían resolver los problemas del país con mayor dirigismo estatal, financiado, por supuesto, con los ingresos petroleros.
Mucho antes de la llegada de Hugo Chávez, Rangel se preocupó por el “suicidio de la democracia” venezolana en que “los gobiernos […] posponen decisiones impopulares y prefieren tirarles dinero a los problemas”. Rangel entendió antes que otros que no se puede sostener un sistema democrático que no sea basado en una economía relativamente libre. En un ensayo en que anticipó la ideología incoherente del socialismo bolivariano, Rangel destacó el desprecio que tuvo Karl Marx por Simón Bolívar, a quien Marx tildó de “canalla cobarde, miserable y ordinario”.
Después del chavismo, Venezuela seguirá teniendo abundancia de petróleo y un legado estatista de larga tradición. Urge que a Rangel lo lean los venezolanos, y especialmente la oposición.