Chau, 2016. Chau, año en que los extremismos políticos en buena parte del mundo se autoalimentaron y se reforzaron entre sí, desde el fascismo ruso y el terrorismo islámico hasta las fobias antiinmigrante y antiglobalización en los países ricos. Chau, año que culminó en la elección del populista Donald Trump en el país más poderoso del mundo, reflejo de movimientos nacionalistas en Europa donde también las élites debilitaron las instituciones democráticas y son responsables en gran medida de su rechazo. Chau, 2016, tan preñado de lo que nos viene en el 2017.
Salvo en América Latina, el 2016 fue el año en que los autoritarismos se fortalecieron y las democracias se debilitaron. En China, el Partido Comunista ha revertido libertades civiles que los chinos habían recuperado en las últimas tres décadas. Ha amenazado, encarcelado, desaparecido o torturado a periodistas, académicos, abogados que representan a víctimas del Estado, religiosos y activistas. Ha cerrado asociaciones de la sociedad civil, aumentado la censura y prohibido que se enseñen ideas “occidentales” en las escuelas y universidades.
Siguen ocurriendo semejantes violaciones en Rusia, que se ha dedicado más que nunca a minar las democracias occidentales. Financia partidos y movimientos nacionalistas en Europa, corrompe a líderes políticos y empresariales en el continente y mantiene una amplia red de propaganda fuera de Rusia que desinforma y desafía a los valores liberales democráticos. Hay pocas dudas de que Rusia estuvo detrás de los ataques cibernéticos que favorecieron a Trump en las elecciones estadounidenses.
Turquía, que por años fue una de las estrellas del mundo islámico que se modernizaba bajo democracia, se volvió autoritaria. El presidente Erdogan, tras un fallido intento de golpe de Estado en julio, atacó a sus críticos y enemigos políticos, encarcelando a miles de personas, despidiendo a miles más y cerrando a instituciones independientes.
Mientras tanto, Europa se ha mostrado incompetente en manejar sus problemas políticos y económicos. El déficit democrático creado por la Unión Europea y en que los europeos comunes y corrientes, con mucha razón, no se sienten representados por el sistema fue una razón importante detrás del ‘brexit’ (la salida de Gran Bretaña de la UE), el cual obtuvo su inspiración en sentimientos nacionalistas. Ese estado de ánimo y los movimientos políticos que sustenta han sido fortalecidos por el extremismo y el terrorismo islámico que se ha cobrado víctimas dentro y fuera de Europa. El continente se ha vuelto más antiinmigrante y antiislámico, cosa que refuerza el relato anti-occidental del islamismo extremo.
No ha sido tan así en América Latina. Sí, Cuba sigue siendo una isla totalitaria y la dictadura venezolana se ha arraigado aun más a la vez que el país pasa por hambruna, corrupción absolutamente descontrolada y un récord nacional en homicidios (28.000) este año. Pero la muerte de Fidel solo acerca la fecha en que habrá una transición en Cuba y el fracaso total del chavismo es un ejemplo a no seguir para toda la región.
América Latina ya pasó por el ciclo populista y esa tendencia política está en crisis. Es así que fue rechazada democráticamente en Argentina a fines del 2015 y este año en el Perú y Brasil, donde la presidenta fue destituida por el Congreso y el Partido de los Trabajadores ha sido desacreditado. Lo más prometedor de los escándalos de Petrobras es que está ocurriendo algo que casi nunca pasa en América Latina. No solo se ha destapado corrupción a gran escala, sino que los líderes empresariales y políticos más importantes del país han sido arrestados y condenados a prisión por su participación. El Estado de derecho en ese sentido se está fortaleciendo y es algo de lo que el resto de la región puede aprender. No todo va en esa dirección (Evo Morales se quiere perpetuar en el poder, por ejemplo), pero la tendencia es clara.
Parece contraintuitivo entonces que, pese a lo que sucede en el mundo, el 2016 fue quizás el mejor año de la historia de la humanidad. Así lo muestran las cifras de largo plazo respecto a casi cualquier indicador de bienestar. Ese contexto es importante porque tal progreso no ocurrió por casualidad. Fue acompañado por la globalización y la extensión de los valores liberales. Tener eso bien en mente es el reto del 2017.