"El chiste del libre comercio", por Franco Giuffra
"El chiste del libre comercio", por Franco Giuffra
Franco Giuffra

FRANCO GIUFFRA

Empresario

Yo imagino que cuando un ministro anuncia la firma de un tratado de libre comercio, para los funcionarios de Aduanas, y debe ser como una fiesta con ‘brownies’ de marihuana: un mate de risa. “Qué ingenuos los empresarios –repetirán con voz entrecortada, mientras se carcajean en el suelo, como el gato Garfield–, creen que ahora van a poder importar y exportar”.

También los lectores desinformados pensarán, al leer esas noticias, que nuestro país avanza hacia la modernidad y que ellos mismos como consumidores se beneficiarán del intercambio libre de bienes. No es para menos. Desde la época de David Ricardo (ojo, no es un actor venezolano) se sabe que los políticos se han demorado algunos siglos en aceptar, a saber, que el arancel óptimo para un país es cero.

Tal vez sea una buena noticia para la foto en Palacio. Pero el sistema de gasfitería diabólica de permisos y licencias para comprar y vender con el exterior se mantiene impávido, asentado en reglamentos, directivas y prácticas de menor jerarquía, que nadie se molesta en desmontar.

Téngase, como ilustración, el caso de los registros sanitarios que exige la Digesa para importar alimentos y otros muchos productos como cosméticos, juguetes y casi cualquier otra mercancía que usted se ponga en la cara o se lleve a la boca.

Por ejemplo, chocolates. Si usted quiere traer al Perú, desde Inglaterra, chocolates Cadbury, marca superconocida y en venta en casi todos los países del orbe, debe demostrar primero a la Digesa que son aptos para el consumo humano.

Para ello, tiene que presentar documentos oficiales que muestren el detalle de las etiquetas e ingredientes; pruebas diversas de análisis físicos, químicos y microbiológicos; y declaraciones del Ministerio de Salud inglés que indiquen la inocuidad y libre comercialización de esos productos en la tierra del fútbol y la cerveza Ale. Y pagar sus S/.350 por cada solicitud.

¿Cadbury con nueces? Un trámite y un pago. ¿Con pasas turcas? Otro. ¿Con chocolate de leche para los chicos? Otrosí digo. ¿Rellenito de manjar blanco para los más golosos? Pase por caja, por favor. Y cuando llega Navidad y el proveedor decide hacer chocolates en forma de corazón o cuando la presentación de 100 gramos cambia por una de 120, pues nuevos trámites, porque esas presentaciones no estaban en el permiso original. 

Veinte sabores y veinte trámites para demostrar a la Digesa que los no matan. Claro que la norma pertinente dice que se pueden agrupar productos similares en un trámite único, pero ojalá tenga suerte encontrando un funcionario que tenga interés en aplicar la norma pertinente. Recuerde: ellos tienen el único sacacorchos del campamento.

Algún día un patriota sentará las bases para la Wikipedia nacional del trámite, un ejercicio de colaboración abierta para que los peruanos describan la tramitología nacional. En ella, capítulos enteros se escribirán, con sangre y sudor, sobre la desdicha, el desaliento y el sinsentido de exportar e importar en el Perú.

Mientras tanto, una reflexión sobre nuestro chocolatado ejemplo: ¿no es posible homologar las prácticas de países del Primer Mundo, al menos por partes? Establecer, por ejemplo, que los controles sanitarios de ciertos países son adecuados para todos los chocolates y, en consecuencia, pueden ser importados sin registro sanitario. O los aceites de Portugal. O los jabones de Canadá.

Eso o dejen de firmar tratados de libre comercio para no seguir engañando a la muchachada emprendedora.