Alejandra Costa

Esta semana la agencia Bloomberg reportó que el Perú fue desplazado por la República Democrática del Congo (RDC) en 2022 como segundo exportador de cobre del mundo aunque luego corrigió los datos e informó que las exportaciones están casi a la par, con aún algo de ventaja para Perú y corre el riesgo de cederle pronto también el segundo lugar en el ránking de los mayores productores de cobre.

Aunque podríamos quedarnos en la frustración casi deportiva que nos generan estos titulares, creo que es necesario ir un poco más allá y ver los riesgos que se esconden en el mediano y largo plazo detrás de ellos.

En primer lugar, hay que decir que en este resultado han confluido dos fenómenos paralelos: el estancamiento de la producción cuprífera anual en el Perú en 2,4 millones de toneladas métricas desde hace unos años y su crecimiento vertiginoso en la RDC debido al inicio de la producción de la mina Kamoa-Kakula de la canadiense Ivanhoe Mines en el 2021.

Y esta tendencia no va a cambiar en el futuro. Mientras Ivanhoe está avanzando la fase 3 del proyecto para producir 620.000 toneladas métricas al año en promedio, en el Perú no tenemos en el horizonte anuncios importantes que nos permitan predecir un repunte de la producción cuprífera local.

Y no es que la RDC tenga ni mayores reservas ni mejor regulación minera, pues el Perú la supera en estos dos aspectos, según el ranking del Instituto Fraser que encuesta a los principales ejecutivos del sector.

No es, entonces, que el Congo sea un paraíso para las inversiones, ni mucho menos. Le ha bastado con parecer menos malo que otros destinos mineros y aprovechar que la alta ley de mineral de yacimientos como Kamoa-Kakula reduce los costos de producción y compensa, de cara a algunos capitales mineros, otros riesgos como el de la incertidumbre política y regulatoria.

Como comentó durante el InPerú en Cusco el presidente del Banco Central de Reserva (BCR), Julio Velarde, el fuerte crecimiento de la industria de automóviles eléctricos va a impulsar la demanda por cobre no solo para la fabricación de estos vehículos, sino también para la infraestructura que se requiere para permitir su carga.

El problema, como también advirtió, es que es difícil encontrar a una empresa dispuesta a invertir miles de millones de dólares si sabe que después no va a poder transportar su producción por el bloqueo de una carretera, como ha sucedido en tantas ocasiones con el corredor minero del sur.

Si no empezamos a trabajar en diseñar la forma en que podamos impulsar las inversiones en el sector, simplificar los permisos y generar espacios de confianza entre las autoridades, las comunidades y las empresas mineras, vamos a seguir mirando el ‘boom’ futuro del cobre desde la ventana.

Y si esto sucede en un contexto en el que no tenemos motores alternativos para el crecimiento económico ni otras fuentes de ingresos para financiar los gastos del Estado Peruano, vamos a tener titulares mucho más graves que lamentar en el futuro.


Nota del Editor: Por error se consignó una información que había sido rectificada por la agencia Bloomberg. El dato se ha corregido en esta versión online. Pedimos disculpas a nuestros lectores.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Alejandra Costa es curadora de Economía del Comité de Lectura

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