En una de sus acostumbradas y bien informadas crónicas, el sábado pasado Fernando Vivas escribió sobre el rol que juegan dos partidos con pocos congresistas, Somos Perú y Podemos Perú, en las cuentas de los votos por la vacancia. Más allá de la coyuntura y el destino final de este Gobierno, creo que ambas agrupaciones son un buen ejemplo de la evolución de la representación política en nuestro país.
Somos Perú es (o era) el partido que fundó Alberto Andrade para facilitar su tránsito a la escena nacional desde su origen como exitoso alcalde miraflorino, lo que ayudó a que se granjee un aura de partido municipal. Muchos años después, fue el partido que acogió las candidaturas de Daniel Salaverry, para presidente, y Martín Vizcarra, como número 1 por Lima al Congreso. Es, o era, también, el partido del polifuncional ministro de Pedro Castillo, Alejandro Salas.
¿Qué propuestas o ideas políticas pueden tener en común Andrade, Salaverry, Vizcarra y Salas? Cuesta pensar en alguna. Y, sin embargo, la trayectoria (e identidad) de Somos Perú no es muy distinta a la de Acción Popular o, de forma más reciente, a la de Alianza para el Progreso. Son más que partidos “atrapa-todo”, porque ese término está dirigido al electorado que recoge, no para sus integrantes. Son simplemente un vehículo de individuos (o independientes, como diría Mauricio Zavaleta) para alcanzar un pedazo del poder.
Así vistos, los partidos son una barrera de entrada que, una vez franqueada, pierde su utilidad. Son una formalidad que, en algún momento, filtró la naturaleza informal de nuestra sociedad, pero que hoy ha cedido como un dique desbordado. Finalmente, la sociedad “alcanzó” a la política y lo que estamos viendo en el Congreso y el Ejecutivo, en términos de representación de intereses, es lo que está presente también en las calles. Coincido con lo que decía Jaime de Althaus en su columna el sábado: la gran brecha en el Perú es la que separa al mundo formal del informal, y el gobierno de Pedro Castillo (pero también la mayoría de las bancadas en el Congreso) lo que hace es recoger pedazos de ese mundo informal (y también del ilegal) que es mayoritario en nuestro país.
En la misma línea, la travesía política de José Luna, líder de Podemos Perú, es también ilustrativa. Desde sus primeros pasos por el Apra, con escala en Solidaridad Nacional, Luna construyó su propia movilidad para llegar a la arena política y, desde ahí, representar sus intereses económicos y los de un sector ligado a la educación. Y ahora encabeza la Comisión de Presupuesto del Congreso.
Por eso, es también una mala noticia para reformas estrictamente políticas, porque por más que las reglas cambien, la arena política seguirá bebiendo de la social y económica.
El sábado tuve el honor de compartir estrado con el economista mexicano Santiago Levy en el marco del VII Congreso Anual de la Asociación Peruana de Economía, organizado en conjunto con la Facultad de Economía de la UPC. En su presentación, y en un diálogo con él, me dejó en claro que no es posible pensar en reformas aisladas y que el gran reto es convencer o vender la idea de incorporación a la formalidad a una gran mayoría de personas que, al momento, enfrenta en realidad incentivos perversos para mantenerse en la informalidad. La fórmula se conoce, me decía, lo que hay que hacer es venderla.
El colapso del sistema de partidos en el Perú fue provocado por una crisis de representación en la que los partidos políticos eran meros espejismos (como lo puso Martín Tanaka en su ya clásico libro) de una sociedad con la que no dialogaban. Hoy, más bien, la reflejan como un espejo.