“Italia è ferma”. Estancada, inmóvil. Desde finales del 2011 su economía no crece y, por el contrario, se contrae todos los trimestres. Sigue rezagada en relación con otros países de la Unión Europea que, como España, ya empiezan a soñar con el fin de la recesión. Las últimas cifras de desempleo juvenil indican que el 44% de los jóvenes italianos no tiene trabajo.
Pese a ello, Italia se las ingenia para seguir siendo una potencia mundial (la octava economía más grande del planeta), gracias, en parte, a la formidable capacidad e inventiva de sus pequeños y medianos industriales del norte, pero señaladamente gracias al sector servicios, que representa dos tercios de su economía. Un claro ejemplo es el turismo: Italia tiene 60 millones de habitantes, pero recibe 48 millones de visitantes al año, es decir, casi un segundo país entero que llega todos los años a consumir en hoteles, restaurantes, transportes, museos.
¿Por qué está atracada Italia? Probablemente lo está desde que terminó el ‘boom’ de la posguerra, pero esa parálisis se mantuvo enmascarada detrás de unos niveles de gasto fiscal colosales: subsidios y prestaciones sociales que configuraron una versión propia del Estado de bienestar que hoy se reconoce insostenible, pero que es sumamente difícil desmontar.
Desde la crisis mundial de la deuda pública del 2008, conforme se fue desarmando el paradigma de las arcas estatales inagotables, han emergido más claramente dos de las más importantes trabas que amenazan con mantener a los italianos bajo el agua: la legislación laboral y la ‘tramitología’.
Lo dice, claramente, don Bernardo Caprotti, el legendario fundador de los supermercados Esselunga, importante cadena que factura 10 mil millones de dólares al año: el sistema laboral italiano está anclado en esquemas de hace más de 100 años, en los que los empleados que logran un contrato de trabajo de plazo indeterminado se hacen de un derecho indisputable a tener ese mismo empleo toda la vida e incluso, por presiones sindicales, a seguir haciendo lo mismo, aunque cambien los mercados y las tecnologías.
Capriotti cita el caso de 450 mineros de carbón de Cerdeña, a quienes el ex primer ministro Enrico Letta les aseguró que mantendrían su puesto hasta que muriesen, pese a que el carbón extraído no se utiliza más para producir energía. El Estado Italiano les pagará vitaliciamente para que sigan haciendo un trabajo que ya nadie necesita. El costo lo asumen todos los italianos en su recibo de electricidad.
En el rubro de los permisos, Capriotti resalta los plazos inimaginables que su empresa requiere para construir nuevas sedes. En Génova no es posible edificar nada; en Florencia está ad portas de inaugurar un local sobre un terreno comprado hace 44 años; y cerca de Milán sigue esperando permisos para construir un supermercado en lo que fue una planta de Pirelli, que compró hace 27 años. En promedio –dice– le toma diez años de trámites levantar una sede.
Hay dudas acerca de si Matteo Renzi, el energético primer ministro italiano de 39 años, podrá imponer sus ideas modernas y revolucionarias para empezar a cambiar estas cosas. Ojalá tenga éxito frente a un sistema político anquilosado. Si lo logra, haríamos bien en pedirle la receta para nosotros, como nos dieron en su momento las claves para preparar los tallarines y la pizza. Y mire usted qué bien nos fue con eso.