Entre la elección de Alejandro Soto al frente del Congreso, el pasado miércoles 26, y el anodino mensaje a la nación de la presidenta de la República Dina Boluarte, el viernes 28, poco se ha movido. Una renovación sin cambios reales, digamos. Como si la cohabitación forjada a inicios de año reposara en el inmovilismo. Pero distintas fuerzas subterráneas podrían mover la aparente calma y reiterar, así, la incertidumbre.
En el Ejecutivo, sigue siendo el primer ministro Alberto Otárola el principal y más articulado vocero gubernamental. Nadie parece hacerle sombra en el Gabinete y el aporte que todavía le brinda a la jefa del Estado parece seguir siendo plenamente valorado. Sin aparentes cambios ministeriales en el futuro inmediato y con una delegación de facultades en ciernes, este frente bien parecería sólido.
Pero acusaciones recientes contra el entorno presidencial, que involucran a la propia Boluarte (la más estridente fue formulada por Rosa Gutiérrez tras ser removida de Essalud), podrían abrir un flanco más incómodo, si es que se persiste en responder sin contundencia.
En el Parlamento, entre tanto, la elección de Soto ha mostrado tempranamente serios flancos, al punto que el propio presidente del Congreso ha dicho que no se aferra al cargo. Las movidas bien podrían ser parte de los tejemanejes propios de la conformación de comisiones, el principal cambio de estas semanas. Pero habrá que ver si el tema crece o se pierde en el olvido (o la complacencia).
Otra complicación para el actual liderazgo parlamentario será la decisión de haber puesto al gato de despensero al optar por incorporar a Perú Libre a la actual Mesa Directiva. Las contradicciones al interior del actual liderazgo se han mostrado muy pronto: unos juraron por la Constitución de 1993 y otros, por la asamblea constituyente.
Por si fuera poco, todos los casos que involucran comportamientos ilícitos de un plural grupo de parlamentarios no se han movido. “Los Niños” y los mochasueldos persisten y seguramente tendrán roles importantes en las nuevas comisiones. Las primeras declaraciones de Soto sobre el particular han sido para ponerse de lado, pero, más bien, lo han puesto en el centro de la escena.
Los flancos a ambos lados del Legislativo, pues, son como una lluvia sobre mojado, considerando que las cifras de aprobación de la presidencia y del Parlamento representan una ínfima proporción (14% y 9%, respectivamente, según Ipsos).
Como si lo que pasa en la formalidad política fuera poco, al margen de ella parece estar anidando un movimiento incipiente, por ahora, aunque con una intensidad que debería preocupar a los estrategas del Gobierno. Las marchas en torno del aniversario patrio no fueron masivas, pero sí intensas, sobre todo en el sur del país. Si se une esta impaciencia a la plural (aunque aún modesta) manifestación capitalina del mes pasado, el panorama podría resultar aún más complejo.
Debe agregarse, además, que desde el 2000 no se experimentaban procesos similares de convulsión social casi en paralelo a un mensaje a la nación. De hecho, en términos de movilización popular, la juramentación del golpista Pedro Castillo solo tuvo el rechazo de los llamados fraudistas (sus primeros nombramientos ministeriales, por lo demás, tuvieron el cuestionamiento de un sector del Parlamento, pero no impidieron que se le dé la confianza a todos los gabinetes que presentó).
El inmovilismo que persiste puede hacer pensar que la situación se prolongará, indefectiblemente, por tres años más. Pero hay demasiados cabos sueltos como para dar tal hecho por sentado: un Ejecutivo sin fuerza, un Parlamento con gran desgaste, indicios de malos manejos en ambos poderes del Estado y una creciente intranquilidad social. El aniversario patrio, con sus ritos y procesos, ha sido una reiterada ocasión para renovar la incertidumbre.