(Foto: Julio Ángulo / El Comercio)
(Foto: Julio Ángulo / El Comercio)
Iván Alonso

Una disputa sobre el costo del enfrenta a dos grupos de compañías generadoras de . A fin de establecer el orden en el que las distintas centrales entran en operación (de menor a mayor costo de generación), las termoeléctricas tienen que declarar el precio del combustible que utilizan. La ley les permite declarar un precio inferior al que pagan. Ha sido así desde hace 15 años, y gracias a eso la oferta de energía eléctrica se ha duplicado. Pero últimamente se ha comenzado a cuestionar esa libertad.

La disputa ha llegado a la Comisión de Defensa del Consumidor del , que ha aprobado en primera votación un proyecto de ley que obligaría a las termoeléctricas a declarar sus costos “reales”. Un término que, ciertamente, no ayuda a entender el problema porque la discusión no es sobre costos reales o irreales. Esos no son conceptos económicos. No aclaran; confunden. La discusión es sobre costos fijos y costos variables.

Las termoeléctricas compran el gas natural bajo contratos de suministro llamados ‘take-or-pay’, que obligan al comprador a pagar por un determinado volumen, lo use o no lo use. Eso convierte al gas en un costo fijo, independiente de la cantidad que consuma e independiente también de la cantidad de energía que genere. En otras palabras, su costo variable es cero porque la suma que tiene que pagar al proveedor no varía con la cantidad utilizada. La comisión puede decir que cero no es el costo “real”, pero lo único que importa es si el precio que recibe por la energía que despacha es mayor que el costo variable. Así el precio sea US$1, le conviene despachar, porque el costo del combustible ya lo pagó.

La pregunta es por qué se usan contratos ‘take-or-pay’. Se usan porque el costo de llevar el gas hasta una central es básicamente un alquiler de la capacidad instalada del gasoducto. Sin contratos de alquiler a largo plazo, con mensualidades fijas, nadie se animaría a desarrollar un campo de gas.

No es muy distinto en el caso de una hidroeléctrica. El costo del agua que pasa por la turbina es esencialmente cero. El costo variable, queremos decir. El costo total es mayor. Para que el agua tenga fuerza para mover la turbina se necesitan un embalse y un túnel con una caída de cierta altura, que cuestan cientos de millones de dólares. Si prorrateamos esa inversión entre toda la energía que la central va a generar a lo largo de su vida útil, resulta que el costo del agua no es cero. Pero sería una locura obligarla a declarar el costo “real”. Se quedaría sin operar la mayor parte del tiempo. Una vez que la inversión está hecha, se convierte en un costo fijo. Y lo único que importa es si el precio que recibe por la energía que despacha es mayor que el costo de dejar pasar el agua por la turbina.

Esta similitud entre una hidroeléctrica y una central a gas se ve opacada por el hecho de que, en el primer caso, a diferencia del segundo, una misma compañía es dueña del embalse, el túnel y la turbina. Pero si la compañía A construye un embalse y un túnel para suministrar agua a la turbina de B, seguramente le exigirá firmar un contrato ‘take-or-pay’, una suerte de arrendamiento de la capacidad instalada que garantice la recuperación de su inversión.

*El autor ha sido consultor de Kallpa Generación, que no necesariamente coincide con las ideas expresadas aquí.