El lunes, luego de que fuese sometida a referéndum, aprobó una norma que legaliza el matrimonio entre personas del mismo sexo. Una perla de libertad individual en medio del fango de la dictadura castrista –continuada por Miguel Díaz-Canel– que no da respiro a los desde que se instaló en 1959 y que, bajo Fidel Castro, incluso persiguió y encerró homosexuales en los campos de la UMAP por considerarlos “antirrevolucionarios”.

La reacción de la izquierda peruana a la noticia ha sido, como siempre que hablan de Cuba, harto miope. Algunos se han animado a sugerir que la medida confirma a la isla como una demostración de la viabilidad del socialismo y como un paradigma de fervor democrático. “Gran noticia, ejemplo de democracia y de derechos. Cuba, qué linda es Cuba”, dijo, por ejemplo, Lucía Alvites, excandidata al Congreso por Juntos por el Perú. Entretanto, Laura Arroyo, una usuaria de Twitter, llegó a decir: “El matrimonio homosexual gana el referéndum demostrando así que las revoluciones siempre suponen ampliación de derechos”.

Pero la verdad es que la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo en el país caribeño es una buena noticia que sirve de poco consuelo para una realidad dramática e injusta. En buena cuenta, lo único que se ha hecho es pintar el infierno de colores, sin que hayan menguado las llamaradas, y usar lo sucedido para lavarle la cara y los pies a la nomenclatura habanera es un insulto a los cubanos.

Algunos críticos del gobierno incluso opinan que lo ocurrido es una maquinación de la dictadura para aplacar a la ciudadanía. La misma que, como demostró el estallido social de julio del 2021, está cansada de las privaciones, los problemas económicos y de los constantes atentados contra los derechos humanos perpetrados por el régimen.

De hecho, a más de un año de las mencionadas manifestaciones, cientos de cubanos continúan en prisión solo por haber expresado su disidencia. Un reporte de Human Rights Watch publicado en julio y sustentado en más de 170 entrevistas dio cuenta de detenciones arbitrarias y hasta torturas contra disidentes en el marco de las protestas. En corto: la “revolución” sigue aplastando a los que la oponen y la libertad de expresión no existe.

Pero la mayor comprobación de la pesadilla cubana no viene de los que viven ahí, sino de todos los que se han escapado. En el último año, el éxodo cubano ha alcanzado números que no se registraban desde hace 40 años, y hasta se han ensayado nuevos métodos de escape. Según el “New York Times”, entre enero y mayo de este año 118.000 cubanos han sido detenidos en la frontera sur de Estados Unidos. Casi siete veces más que en el mismo período del 2021 (17.400). Una huida a pie permitida por la eliminación de la visa para los viajeros de la isla reglamentada en Nicaragua. A esto se suma que, entre octubre del 2021 y julio del 2022, 3.000 migrantes cubanos fueron interceptados por la guardia costera del país norteamericano cuando trataban de huir del paraíso socialista en balsas. Solo ayer, “El País” de España informó que otros 23 han desaparecido cerca de las costas de Florida tras el huracán Ian.

Así las cosas, que la comunidad LGTB se haya hecho de una victoria en Cuba está lejos de demostrar la salud democrática de este país, donde la libertad de expresión es un lujo del que solo gozan los forofos del castrismo y los procesos electorales son solo farsas. También está lejos de ser una constatación de que se puede vivir bien en la isla, como demuestran los millares de migrantes y los que se han atrevido a protestar contra el régimen y las carencias que genera, y que hoy están en prisión por sus ideas.

Una decisión no cambia la realidad.

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