Fitch. (Foto: Reuters)
Fitch. (Foto: Reuters)
/ DYLAN MARTINEZ
Enzo Defilippi

Ayer nos enteramos de que la agencia calificadora de riesgo Fitch revisó a negativo el panorama de la economía peruana. En la jerga de los mercados financieros, ese es un aviso de que pronto rebajará la calificación de la deuda peruana. Que se ha vuelto más riesgoso prestarle al Perú.

Esto va a afectar al peruano de a pie porque la tasa de interés que pagamos por cualquier deuda tiene como base lo que paga el Estado por la suya, y esta depende de su calificación de riesgo. Una rebaja como la que probablemente aplicará Fitch hará que sea más difícil financiar una casa, un auto o cualquier consumo. A los empresarios les resultará más caro financiar las inversiones que crean empleo.

¿Por qué se ha vuelto más riesgoso prestarle al Perú? En mi opinión, por tres razones principales. La primera, es que no hemos hecho las reformas estructurales que nos permitan alcanzar un nivel de vida mejor. Seguimos teniendo una economía dual en la que una parte es moderna, formal y altamente productiva, y la otra, en la que está empleada la mayor parte de la gente, es todo lo contrario. El único esfuerzo serio que ha acometido el Estado peruano para lidiar con el tema, el de la diversificación productiva, fue desechado y reemplazado por nada por decisión de ministros tan ignorantes que creían que sabían lo que estaban haciendo. El Estado, por otro lado, sigue siendo el mismo. Burocrático, incentivador de la inacción y conformado, en su gran mayoría, por funcionarios mal preparados. El resultado es que, a menos que ocurra otro ‘boom’ de materias primas (que nadie espera), no es posible prever para la economía peruana un crecimiento mayor al inercial.

La segunda causa, coyuntural, es el pésimo manejo económico de la pandemia. No me voy a cansar de repetir que el golpe no tenía que ser tan duro y que en gran parte de la profunda crisis que estamos viviendo se debe al muy deficiente manejo económico de la administración Vizcarra. Para corroborarlo, basta comparar las cifras del Perú con las de países más pobres, con menos recursos y una institucionalidad igual o más precaria que la nuestra. Esto quiere decir que quienes le prestan al Estado peruano tienen más razones que antes para preocuparse de que tengamos con qué pagarles.

La tercera causa, y quizás la más importante, es el sistema político. Todos los países tienen políticos populistas, irresponsables, ignorantes y corruptos. La diferencia es que, cuando el sistema es mínimamente viable, las propuestas que más daño hacen son difícilmente aprobadas. Pero en el Perú, estamos de mal en peor. Solo en los últimos días se ha aprobado una ley que le ordena al Estado devolver aportes previsionales por un monto impagable, se ha eliminado el régimen agrario sin discusión alguna y se ha aprobado que vehículos livianos, responsables de casi el doble de siniestros que los buses, puedan recoger y dejar pasajeros en cualquier parte de la carretera. Ello, días después de haber tenido un presidente interino que no duró ni una semana. Indicadores claros de que la democracia peruana no cuenta con los mecanismos elementales para evitar el suicidio colectivo. Y siempre es riesgoso prestarle plata a quien muestra tendencias suicidas.

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