Ian Vásquez

Los salvadoreños han reelegido a como presidente tras darle más del 80% de los votos. Su enorme popularidad –debido a que aplastó al crimen– se extiende a otras partes de América Latina donde se sufre altos niveles de violencia. ¿Cómo entender el ?

Hasta que asumiera el poder Bukele en el 2019, la inseguridad hizo que fuera un país prácticamente invivible. Tenía una de las tasas más altas de homicidio del mundo. En el 2018 padecía 53 asesinatos por cada 100.000 personas; el año pasado, esa cifra cayó a 2,4.

Los salvadoreños han vivido en un país violento por décadas. Su guerra civil (1979-1992) se cobró 75.000 vidas. Pero aun tras el regreso a la paz y luego de las reformas económicas exitosas que hicieron que a El Salvador se lo conociera como el tigre centroamericano en la primera década de este siglo, la tasa de homicidio siguió alta.

Desatender esa criminalidad fue un error que socavó los logros de la democracia de mercado, pues la seguridad es fundamental para que pueda progresar un país con instituciones que funcionen y ciudadanos que puedan planear sus vidas en paz. Por eso se entiende la popularidad de Bukele: ha transformado al país porque por primera vez en décadas los salvadoreños viven sin temor a la criminalidad.

El problema es que lo que ha logrado Bukele lo ha hecho socavando las instituciones y políticas necesarias para el éxito de cualquier democracia liberal y queda en duda el modelo de gobierno que vendrá después. Esa duda no la eliminó el vicepresidente de Bukele la semana pasada, cuando declaró: “A esta gente que dice que se está desmantelando la democracia, mi respuesta es sí; no la estamos desmantelando, la estamos eliminando, la estamos sustituyendo por algo nuevo”.

Cabe recordar que en el 2022 Bukele implementó un estado de emergencia que suspendió derechos básicos y que posibilitó el encarcelamiento de más de 75.000 personas sospechosas de delincuencia sin que se respetara un debido proceso. Esto equivale al 8% de la juventud masculina del país, según “The Economist”. Miles de personas inocentes han sido encarceladas. Hay tantos tras las rejas ahora que se están llevando a cabo juicios masivos de 600 personas a la vez.

Numerosas agencias de derechos humanos han denunciado la situación. Amnistía Internacional acusa al gobierno de “; desapariciones forzadas; comisión de torturas y tratos crueles, inhumanos y degradantes contra personas recluidas en centros de detención; y muerte de personas mientras se encontraban , en algunos casos como consecuencia de torturas u otros malos tratos”.

El modelo de Bukele no solo consiste en la violación de derechos básicos; también comprende la eliminación de contrapesos y la violación al orden constitucional. Además del Ejecutivo, Bukele controla el Congreso, las fuerzas de seguridad y la Corte Suprema. El Congreso nombró a 10 de los 15 jueces de la Corte Suprema, a pesar de que solo tenía derecho de nombrar a cinco bajo la ley. Así Bukele logró ser reelegido, pues la Constitución . Pero la nueva corte hizo una interpretación amena a los intereses del presidente.

Ha bajado la criminalidad, pero el costo es alto y seguirá aumentando. La arbitrariedad del Estado ha incrementado y el Estado de derecho ha sufrido bajo Bukele. La libertad de prensa también ha caído y se practica mucha autocensura. La libertad económica está en caída. Bukele es la razón principal por la que El Salvador se encuentra entre los diez países con mayores pérdidas de libertad en el mundo en los últimos 15 años, según el Índice de Libertad Humana.

Los salvadoreños están celebrando a Bukele hoy, pero hemos visto esta película muchas veces en América Latina. Centralizar tanto poder en una persona y reducir libertades básicas nunca ha sido una receta para el éxito.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Ian Vásquez es vicepresidente de estudios internacionales del Instituto Cato

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