(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Ian Vásquez

La es tóxica y –para bien de la sociedad y los mismos y niños varones– hay que tratar sus males, algo que está al alcance de los psicólogos profesionales. Es tan solo un poco exagerado decir que ese es el mensaje de un nuevo reporte de la influyente Asociación Americana de Psicología (APA, por sus siglas en inglés).

No cabe duda de que el (un problema más serio en algunas sociedades que en otras), el abuso sexual y otras formas de violencia contra las son tristes realidades. El movimiento #MeToo ha ayudado a abrir los ojos de muchos sobre la naturaleza y frecuencia de tales experiencias. También ha impulsado medidas para enfrentar dichos abusos.

Es posible, sin embargo, que algunas medidas propuestas, y el diagnóstico sobre las que se basan, vayan demasiado lejos por estar mal concebidas. Ese es el caso del nuevo reporte de la APA que emite lineamentos para psicólogos respecto a los hombres y niños. Según el sitio web de la APA, los lineamentos encuentran que “la masculinidad tradicional –caracterizada por el estoicismo, la competitividad, la dominación y la agresión– es, en general, dañina”.

La “ideología” de la masculinidad tradicional influye a “segmentos grandes de la población”. El reporte hace referencia a la “sociedad patriarcal” al citar el mayor poder de los hombres. Ese privilegio masculino hace que los varones se “adhieran a las ideologías sexistas diseñadas para mantener el poder masculino”, que a su vez daña la salud mental y física de los hombres. Estos tienen tasas de suicidio más altas que las mujeres, por ejemplo. Para la APA, “las masculinidades son construidas, basadas en normas sociales, culturales y contextuales”.

Con razón, el reporte ha resultado ser controversial. La psiquiatra de la Escuela de Medicina de la Universidad de Yale Sally Satel critica que al enfatizar la identidad grupal del paciente por sobre su individualidad, los lineamentos pueden subvertir la psicoterapia. No es que el género tenga que ser ignorado, pero es solo uno de tantos posibles factores que pueden causar los problemas de un paciente –y quizá ni juegue un papel en muchos casos–.

El psicólogo de la Universidad de Harvard Steven Pinker es aun más crítico. Según su declaración en el “New York Times”, el reporte comete el dogma de rechazar factores genéticos. “La posibilidad de que las personalidades de los hombres y las mujeres sean diferentes por razones biológicas es innombrable e impensable” a pesar de existir grandes diferencias, como, por ejemplo, de testosterona.

Para Pinker, el reporte abraza otro dogma: “que reprimir las emociones es malo y que expresarlas es bueno”, una teoría “en desacuerdo con mucha literatura que muestra que las personas con mayor autocontrol, especialmente quienes reprimen su enojo […] gozan de vidas más sanas” respecto a un sinnúmero de indicadores psicológicos y sociales.

Pinker indica que “un cambio enorme y de varios siglos en la historia de Occidente, empezando en la Edad Media, fue el ‘proceso civilizador’ en el que el ideal de hombría cambió de una disposición a tomar represalias violentas […] a la habilidad de ejercer dominio propio, dignidad, cautela y deber. Es la cultura del caballero, del hombre digno y de la fuerza callada”. Esa ética se empezó a debilitar en los sesenta, según Pinker, y el APA parece querer debilitarlo más.

No todos los hombres somos malos o debemos ser vistos con recelo por nuestro contexto social. Hay que luchar contra el machismo, pero sería irónico si, como propone la APA, negáramos aspectos de la naturaleza masculina o aspectos de su cultura que han sido importantes para el avance y la convivencia social.