La liberación de un delincuente suele sembrar temor en las personas que victimizó. La sensación es que el criminal saldrá a continuar con sus fechorías o, en el caso de los fanáticos que trafican en odio y matonería, con sus intentos por destruir la democracia.

Fue lo que muchos sentimos, por ejemplo, cuando en diciembre del 2015 el terrorista del MRTA Peter Cárdenas Schulte dejó la cárcel tras haber cumplido una condena que no estuvo a la altura de sus atrocidades. O cuando Maritza Garrido-Lecca, la protectora de Abimael Guzmán, salió en el 2017, tras una pena que supo a poco.

La sensación es similar con la liberación de , quien purgó condena, entre otras cosas, por el homicidio de cuatro policías en el intento de golpe de Estado que perpetró en el 2005 en Andahuaylas. Se trata, en fin, de un hombre que ve la violencia como herramienta , de un fascista que sustenta su doctrina en principios racistas y autoritarios. Se trata, también, de un delincuente que, aunque haya cumplido con su pena, nunca dejará de serlo, sobre todo por su falta de arrepentimiento.

Con individuos de este tipo volviendo a las calles es lógico sentir . Sin embargo, en la situación en la que se encuentra el país, con un extremista libre que planea volver al ruedo y con un gobierno débil y corrupto, lo peor que podríamos hacer sería desperdiciar esta sensación.

El propósito evolutivo del miedo, en todas las especies, es la promoción de la supervivencia. En otras palabras, es un sentimiento dirigido a gatillar reacciones para enfrentarnos a aquello que lo generó. En ese sentido, la preocupación generada por la incertidumbre política y el resurgimiento de proyectos políticos autoritarios debieron hace mucho llevarnos a los demócratas del temor a la acción.

Pero este nuevo giro en nuestro ‘thriller’ político también se da en un momento en el que el país está profundamente atomizado, sobre todo por el curso que tomaron los comicios del 2021 y por la falta de consenso sobre cómo salir de la crisis en la que nos hemos metido. Los demócratas de izquierda no tienen interés en extenderle la mano a los de derecha y viceversa. Y el centro es ninguneado por ambos lados, en parte por sus propias limitaciones políticas.

Entretanto, el principal beneficiado es el gobierno de Pedro Castillo que, además, tiene mucho que ganar con la liberación de Humala. En primer lugar, esta fue una de las promesas que hizo en campaña, lo que podría llevarlo a recuperar algo de apoyo entre los simpatizantes del expresidiario. Al mismo tiempo, el miedo de que este último participe en algún proceso electoral podría disuadir tanto a los que piden “que se vayan todos” como a los que esperan vacar al jefe del Estado y a su vicepresidenta para que después se elijan reemplazos.

Sin embargo, todo esto no debería frenar la reacción de los demócratas. Más bien, debería hacer que la respuesta sea más ambiciosa, ya que, a deshacernos constitucionalmente de un régimen mediocre y de inclinaciones criminales, tendrá que seguirle cerrarle el paso a ideologías autoritarias.

Lograr consensos para buscar salidas, más allá de nuestras ideologías, será fundamental, así como exigirle a los partidos políticos con visiones similares que se unan alrededor de menos candidaturas para no diluir el voto y que a un radical le baste menos del 20% para pasar a segunda vuelta.

Sea lo que sea, tenemos que luchar por nuestras libertades hoy amenazadas. Y para eso, usar nuestro miedo como combustible, en lugar de permitir que nos paralice, será vital.

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