El desempleo en el Perú se ha venido reduciendo notablemente en los últimos años; en este inclusive, a pesar de la desaceleración. En Lima, entre los meses de agosto y octubre, solamente el 5,7% de la población económicamente activa –la que está trabajando o activamente buscando un trabajo– estaba desempleada, según reporta el Instituto Nacional de Estadística. Entre los jóvenes de 14 a 24 años, sin embargo, la tasa de desempleo es mucho mayor: 13,5%. Lo que no necesariamente quiere decir que la situación sea particularmente difícil para los jóvenes.
Como casi todo en la economía, el empleo es un fenómeno de oferta y demanda. Que uno de cada siete u ocho jóvenes no esté trabajando puede ser un reflejo de las deficiencias de la educación en nuestro país. Así es como lo ven quienes se alarman frente al hecho de que la tasa de desempleo entre los jóvenes sea más del doble que en el conjunto de la población. Pero también es reflejo de que los jóvenes, precisamente debido a su edad, tienen una actitud distinta en el mercado laboral, aquí como en otras partes del mundo.
Por un lado, no tienen la misma presión que la gente mayor por encontrar y mantener un trabajo. No tienen, en general, cargas familiares. Son solteros, la mayoría, y sin hijos. Muchos viven todavía en casa de sus padres; y aun cuando trabajen, no suelen ser la principal fuente de ingresos de la familia. Por otro lado, sus intereses y habilidades están –más que los de sus mayores– en plena evolución. No es de extrañar que prueben con un trabajo, lo dejen si no les gusta y se tomen un tiempo para buscar otro.
La tasa de desempleo juvenil se explica fundamentalmente por la alta rotación de los jóvenes de cierta edad en sus trabajos. Uno ve que la tasa de desempleo juvenil se mantiene en el rango de 12% a 15% a lo largo del tiempo y tiende a pensar que hay como 150 mil jóvenes que no consiguen trabajo, que están permanentemente excluidos del mercado laboral. Pero no son siempre los mismos 150 mil. Mientras unos entran, otros salen. En promedio, un chico de 14 a 24 años que pierde –o probablemente deja– su trabajo encuentra otro tan solo dos semanas después. En los últimos diez años, siempre el desempleo ha durado menos entre los más jóvenes que entre los mayores.
No parece, pues, que la falta de experiencia laboral sea un obstáculo para la contratación de esos jóvenes. Y no tendría por qué serlo. Si a cada uno se le paga según su nivel de productividad –o sea, de acuerdo al valor que genera–, no hay ningún incentivo para que los empleadores discriminen en contra de quienes tienen menos preparación o experiencia.
Más importante, en realidad, es que el 59% de los jóvenes entre 14 y 24 años ni siquiera es parte de la población económicamente activa, es decir, no está trabajando ni buscando activamente un trabajo. Un porcentaje considerablemente más alto que entre los mayores. Algunos seguramente no buscan trabajo porque no está en sus planes, por el momento, trabajar. Son, quién sabe, estudiantes a tiempo completo. Pero otros posiblemente hayan dejado de buscar porque no creen que sus calificaciones alcancen para que alguien quiera pagarles aunque sea una mínima cantidad. Una mejora en la educación sería de gran ayuda para esos jóvenes, sin duda. Otra manera, más inmediata, de ayudarlos es reducir o eliminar el sueldo mínimo.