Desperdiciando el legado de Mandela, Ian Vásquez
Desperdiciando el legado de Mandela, Ian Vásquez
Ian Vásquez

A veinte años de vivir en democracia, la pos-apartheid realizó elecciones generales esta semana. Como era de esperar, el partido del difunto que liberó al país del régimen autoritario racista, el Congreso Nacional Africano (CNA), gano fácilmente. Pero no todo va bien en la nación admirada por el resto del continente, ni está del todo claro hacia dónde se encamina.

Sin lugar a dudas, la transición a la democracia, que evitó el derramamiento de sangre y más bien buscó la conciliación y el respeto a los derechos de los individuos de todas las razas, fue producto de la fuerza moral de Mandela e inspiró a la incipiente democratización en la África subsahariana. Sudáfrica tiene una Constitución que resguarda una amplia gama de libertades civiles y establece pesos y contrapesos en el sistema político, así como la separación de poderes. La organización Freedom House con razón categoriza de libre al país. 

La entendible popularidad del CNA, sin embargo, ha contribuido a su creciente monopolización de poder y a un ambiente hostil al sector privado. Como observa Tony Leon, destacado enemigo de apartheid y ex líder del partido de oposición Alianza Democrática, en la liberación de Sudáfrica, a diferencia de la de Europa del Este, los comunistas no fueron considerados los opresores sino los aliados de los liberadores.

Esa identificación parece haber afectado la actitud del gobierno respecto a la economía y la manera de gobernar. Sudáfrica sí amplió su libertad económica después del apartheid, por ejemplo, pero según el Fraser Institute, sigue teniendo una economía reprimida y ya hay siete países africanos subsaharianos que gozan de economías más libres. En los últimos 15 años, el CNA ha colocado a sus partidarios en los puestos claves del Estado. Tanto así que el luchador anti-apartheid Barney Pityana se quejó recientemente que “el partido ha hecho de su identidad y la del Estado una sola”. 

En la práctica, después de inicialmente incrementar las libertades económicas, civiles y políticas, el CNA optó por la redistribución, la regulación y el crecimiento del Estado en vez de políticas que favorecen al crecimiento. Esas políticas han sido acompañadas por leyes que imponen preferencias raciales (a favor de los negros) en el sector público y privado y por una política exterior que menosprecia los derechos humanos y ampara a dictaduras como las de Zimbabue, China o Cuba. 

El desempeño económico y social ha sido mediocre o pobre. El crecimiento económico per cápita en la era democrática, por ejemplo, ha sido de solo 1,5%. El desempleo ha aumentado a 36%. La corrupción se ha disparado (el presidente Zuma, por ejemplo, se construyó una casa privada que costó más de US$20 millones, causando un escándalo y quedando impune). Los niveles de delincuencia son altísimos. En los últimos cinco años, las protestas violentas en contra del gobierno han incrementado marcadamente y promedian de cuatro a cinco por día.

Ante estas realidades, Desmond Tutu, premio Nobel de la Paz, declaró hace poco: “No pensé que iba haber una desilusión tan temprano. Estoy contento de que [Nelson Mandela] está muerto", así como otros líderes anti-apartheid que no podrán presenciar a qué ha llegado el país. Declaró además que no votaría por el CNA. 

La desilusión con una democracia cada vez más disfuncional y corrupta en un país rico de recursos ha empezado y tiene sus paralelos con la Venezuela antes de Chávez. De hecho, uno de los fenómenos políticos de estas elecciones es el surgimiento del joven Julius Malema, quien lidera un partido de la extrema izquierda y dice sin tapujos que admira a Hugo Chávez y a Robert Mugabe, dictador de Zimbabue. Él obtuvo un 6% del voto.

Sudáfrica todavía puede retomar un buen camino, pero tiene que empezar ya.