José Carlos Requena

Desde que entró en funciones, el de la presidenta ha tenido que lidiar con el frente exterior, un espacio en el que parece apabullado por reacciones casi diarias de líderes de otras naciones. A pesar de que las naciones más poderosas del globo han mostrado su endose, la gestión gubernamental se encuentra en una situación incómoda en el vecindario.

Tres de los cinco países limítrofes han tenido comentarios claramente hostiles hacia el Perú, llevados –como bien dijo la canciller Ana María Gervasi– por su “afinidad ideológica”. El más reciente corresponde al mandatario chileno Gabriel Boric, un actor clave para el Perú.

La propia Gervasi dio recién anteayer, al participar en la VII Cumbre de Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el mensaje más claro que, hasta el momento, ha dado la política exterior peruana. Lamentó “que algunos gobiernos de países particularmente cercanos no hayan acompañado al Perú en este difícil trance institucional y más bien hayan priorizado la afinidad ideológica al apoyo inequívoco al estado de derecho y a la sucesión constitucional, buscando establecer una narrativa tergiversada que no se condicen con los hechos objetivos”.

El gesto podría ser tardío. Pero también constituye una oportunidad fundamental para enmendar el rumbo. Es que, desde que inició su mandato, Boluarte ha incurrido en varios traspiés en el frente exterior, no queda claro si por desconocimiento suyo o por falta de guía por parte de la .

Primero, la generalizada tardanza al nombrar a su Gabinete arrastró a Torre Tagle hacia la incertidumbre. En tanto, el proactivo y falaz presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador se esforzaba en presentar a Pedro Castillo como una víctima con el entusiasta apoyo de otros mandatarios.

Al poco tiempo, cuando tocó acompañar la toma de mando de Lula, en Brasil, se optó por enviar una comitiva bicéfala, encabezada por el premier Alberto Otárola y la canciller Gervasi. Era una oportunidad para que Gervasi brillara, sin distraer al principal vocero del Gobierno de las complicadas acciones que debe liderar. A ello debe agregarse la presencia de Gervasi en Davos, mientras la situación peruana era analizada por la OEA en Washington.

Recién ayer la presidenta Boluarte pudo dirigirse a la OEA. Pero hacerlo con tantos pasivos encima (alta cantidad de muertos por la convulsión social y el incómodo espectáculo del operativo en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, para nombrar el más doloroso y el más reciente) significa inevitablemente estar a la defensiva. Esta es una situación marcadamente distinta a la de explicar los desafíos que tiene un gobierno que se inicia con un Estado casi desmantelado, una altísima convulsión social y un mensaje de odio promovido por varias de las autoridades del breve gobierno de Castillo. Al final de cuentas, lamentablemente, solo se tiene una ocasión para causar una primera buena impresión.

La política exterior peruana –una de las islas de eficiencia del servicio civil peruano– ha enfrentado situaciones muy difíciles en el futuro reciente de las que ha salido airosa. Hoy debería dotar al Gobierno de una voz que le permita transmitir a la comunidad internacional la complejidad de la actualidad del país, que permita ver que frente a la represión indiscriminada hay una protesta que, en determinados lugares y momentos, ha sido un desborde de violencia y vandalismo. Tiene los recursos para hacerlo.

De otra manera, la narrativa que describe al Gobierno como un ente meramente opresor (y que ya es llamado “dictadura” por un sector de sus opositores) se impondrá en la escena internacional. Si persiste en el enfoque reactivo, la diplomacia peruana se condenará a dar explicaciones eternamente: corregir en vez de narrar.

José Carlos Requena es analista político y socio de la consultora Público