Dios, Cipriani y el diablo, por Enrique Pasquel
Dios, Cipriani y el diablo, por Enrique Pasquel
Redacción EC

El cardenal ha propuesto realizar un referéndum para que el pueblo decida si las parejas del mismo sexo deben ser legalmente protegidas bajo la figura de la . Es, según el cardenal, una salida ajustada a una “cultura democrática” (y que además le convendría a su posición, pues las encuestas muestran que la conservadora mayoría de peruanos se opone a la iniciativa).

El primer problema de la propuesta, sin embargo, es que los derechos de las personas no pueden ser sometidos a un referéndum. 

Uno de los principales riesgos que corren los individuos en cualquier sociedad es que la mayoría atropelle sus derechos. Y, justamente para evitar esto, es que la prohíbe plebiscitos sobre derechos humanos.

De no existir dicha prohibición, sería posible que sus vecinos le confisquen su casa solo porque la mayoría del vecindario está de acuerdo en hacerlo. Las mujeres (el grupo demográficamente mayoritario) podrían privar a los hombres de su derecho al voto. Los provincianos podrían quitarle la ciudadanía a los capitalinos. Los diestros podríamos obligar a los zurdos a escribir con la mano derecha. Y los ateos, si llegasen a ser mayoría, estarían facultados a prohibir el catolicismo u otras religiones. Pero los derechos, afortunadamente para todos, no se someten a encuestas.

Respeto la opinión del cardenal o de cualquiera que, como él, piense que las relaciones amorosas entre personas del mismo sexo son inmorales. Respeto, en general, cualquier otra convicción religiosa que yo no comparto, como  que las vacas son sagradas o que no hay que hervir el agua porque mata a los espíritus que habitan en ella. Pero la base del respeto es que sea mutuo, que exista tolerancia y que nadie fuerce sus convicciones en el resto.

El cardenal, sin embargo, no entiende esto. Él, argumentando contra la unión civil, señala: “La propuesta de la naturaleza y de Dios es la unión de un hombre y una mujer en matrimonio”. En esta discusión, sin embargo, no tiene cabida ni Dios ni el diablo. Hasta donde recuerdo no vivimos en Irán o en otra teocracia fundamentalista. Vivimos en el Perú, un Estado laico, por lo que las creencias religiosas de la mayoría no deberían importar ni un pepino al momento de discutir qué derechos tiene cada uno. Si no, ¿por qué no prohibimos legalmente y de una buena vez el sexo prematrimonial, el divorcio, el uso de preservativos y la masturbación? ¡A la cárcel los onanistas!

Por otro lado, ¿no se da cuenta el cardenal de lo malo del argumento de que “la homosexualidad no es natural”? No solo no tiene base científica, sino que, si hay que ajustarnos a lo natural, ¡no aceptemos transfusiones de sangre, marcapasos, antibióticos o cualquier otro inmoral tratamiento contra natura! 

Los congresistas a los que les tocará decidir si permitir la unión civil deberían pensar cómo se sienten las mujeres de países árabes a las que se les fuerza a vivir tapadas con una burka porque es lo que dicta la religión mayoritaria. O piensen en cómo se sentían las parejas de razas distintas a las que en algún momento se les prohibía casarse porque la mayoría lo consideraba inmoral. Imagínense, en todo caso, cómo sería su vida si la mayoría de los ciudadanos fuesen homosexuales y prohibieran los matrimonios entre heterosexuales. Pónganse en los zapatos ajenos y traten de ser empáticos con las personas a quienes hoy se les niega la unión civil.

Vivimos en una república, según la Constitución, donde los ciudadanos somos iguales. Eso significa que nadie tiene derecho a imponerle su visión de la vida y de la moral al resto, pues la ley nos debe tratar a todos por igual. Y ningún dios ni diablo debería tener voz en esta discusión.