Es difícil creer que la discusión sobre la posible excarcelación de Alberto Fujimori haya llegado a la agenda pública por casualidad, como parece sugerir el primer ministro Fernando Zavala en una entrevista publicada el domingo pasado. Basta leer la nota original para darse cuenta que a Carlos Bruce le preguntaron por otra cosa, y que luego de responderla, añadió: “de manera personal, y si me preguntan, yo liberaría a Alberto Fujimori”. Un comentario tan casual como que el presidente Kuczynski haya declarado que están evaluando el caso y que se haya referido a Keiko como “la hija de don Alberto Fujimori” cuando alabó la actuación de su padre en la liberación de los rehenes del MRTA.
Ahora, ¿por qué el gobierno estaría interesado en esta excarcelación? Para poder gobernar, claro. Una mayoría opositora absoluta en el Congreso es siempre una piedra en el zapato, pero una que actúa como si le hubiesen robado la elección hace que sea imposible aceptar vivir así cuatro años más. Además, el reciente aumento de popularidad hace que la coyuntura sea propicia para una movida que seguramente le costará capital político.
Hay dos posibles estrategias: negociar con Keiko la excarcelación a cambio de relaciones más amigables o negociar con Kenji y dividir la bancada fujimorista. La primera opción no parece muy plausible. Un Alberto Fujimori excarcelado es un Alberto Fujimori políticamente activo, y eso solo puede debilitar a Keiko y a su entorno (pocos de los cuales tienen vínculos cercanos con él). Además, una vez producida la excarcelación, sería difícil obligar a la bancada fujimorista a cumplir su parte del acuerdo.
Las señales de grietas y temor a la disidencia, que harían posible la segunda opción, están a la vista. La más obvia fue el apuro por promulgar la “ley antitránsfugas”, una carrera a toda velocidad para echarle candado a la puerta. Otra, el público resentimiento de muchos fujimoristas con el entorno cercano a Keiko (Ana Vega y Pierre Figari, principalmente), a quienes responsabilizan por decisiones cuestionables como haber aceptado el financiamiento de Joaquín Ramírez y la incorporación de personajes con finanzas y lealtades poco claras. Pero, sobre todo, de haber provocado el alejamiento de figuras históricas que hubiesen generado los 40.000 votos que les costaron la última elección.
Por otro lado, la actitud de Keiko y su tránsito a posiciones cada vez más conservadoras la alejan de los votantes que necesita convencer para ganar en el 2021. Para un congresista que no sea parte de su entorno cercano, la elección entre ella y Kenji, un Fujimori más pragmático y con posiciones más cercanas al votante no fujimorista, parece obvia. Más aun si es apoyado por su padre.
Además, como señala Rosa María Palacios, hay un cierto número de congresistas que se sienten alienados por el trato que reciben de la cúpula y solo estarían esperando el llamado de Kenji para dejar la bancada.
No hay escenario que le convenga más al gobierno que la ruptura de la bancada fujimorista, y, en mi opinión, esta sucesión de “casualidades” va en esa dirección.
Es una jugada arriesgada, pues Keiko replicará con furia. Si no funciona, no habremos visto nada de lo que puede hacer una supermayoría obstruccionista.