(Foto: El Comercio)
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Enzo Defilippi

En su último reporte “World Economic Outlook”, correspondiente a abril de este año, el Fondo Monetario Internacional adelantaba que la reactivación de la observada desde mediados del 2016 no iba a durar mucho más. Cinco meses después, ese escenario ya se está materializando. Existe una gran incertidumbre sobre el efecto que tendrán sobre la economía mundial las guerras comerciales iniciadas por Estados Unidos contra el resto del mundo, y también sobre el efecto que tendrá el aumento de la tasa de interés de referencia por parte de la Reserva Federal de ese país (que pocos analistas creen que menguará). Ello aumentará el precio del dinero y generará tasas de crecimiento más modestas en todo el globo.

Esta situación ya se está reflejando en los precios de los minerales que exportamos. El cobre, por ejemplo, cuya cotización aumentó casi 60% entre enero del 2016 y abril del 2017, ha caído 17% desde entonces. El oro y la plata, cuyos precios aumentaron más de 20% durante el mismo período, han caído 10% y 16%, respectivamente, desde su pico. El viento ya dejó de soplar a nuestro favor.

El Perú, lamentablemente, desperdició la coyuntura externa favorable de los dos últimos años. Hoy enfrentamos la incertidumbre sobre el futuro de la economía mundial desde una posición más débil que aquella en la que deberíamos estar. Y si bien parte de ello se debe a causas fuera de nuestro control (como a la destrucción causada por el fenómeno de El Niño); la mayor parte, a mi juicio, se lo debemos a malas decisiones tomadas durante la administración Kuczynski. La principal, creo yo, fue la de inducir la desaceleración de la economía a través de una exagerada contracción del gasto público (decisión criticada por todos los analistas serios del país), justificada por un supuesto déficit fiscal proyectado de 3,8% del (argumento que quedó completamente desbaratado cuando ese año el déficit fiscal cerró en 2,6%). También a la de reformar el SNIP a tontas y a locas, lo que no redujo los principales problemas de la inversión pública (corrupción, obras paralizadas) pero sí la ralentizó severamente (contribuyendo así a la desaceleración). Y a ello hay que sumarle el cambio de enfoque hacia una estrategia de formalización que nunca tuvo el mínimo sustento lógico. El resultado fue que crecimos menos de lo que debimos crecer, tenemos menos infraestructura que la que deberíamos tener y los niveles de formalización, en vez de mejorar, empeoraron. Y eso que no se llegó a reducir el IGV.

Lo bueno es que el Perú sigue contando con suficientes fortalezas fiscales como para resistir embates externos. Lo malo es que no tenemos mucho más. Sí, es muy probable que este año y el próximo nuestra economía crezca 4% (lo cual no es poco considerando las circunstancias), pero no veo cómo este crecimiento se vaya a acelerar al 5% que proyecta el recientemente publicado. Y es que seguimos sin tener una política que permita hallar la fuente de crecimiento y empleos adecuados en el futuro. La de diversificación productiva, en vez de ser reforzada y complementada por otras, fue en la práctica desmantelada y reemplaza por nada. Hoy, estamos volviendo a empezar desde el principio.

Sí, pues. Han sido dos años desperdiciados.