El drama de Cateriano, por Fernando Rospigliosi
El drama de Cateriano, por Fernando Rospigliosi
Fernando Rospigliosi

Pedro Cateriano ha hecho todos los esfuerzos para estar a la altura de su nuevo cargo, ha tragado sapos muy desagradables sonriendo como si fueran un delicioso manjar, solo para ser boicoteado sistemáticamente desde Palacio de Gobierno.

La última jugada parece que ha sido la filtración de información sobre los viajes de congresistas fujimoristas a eventos partidarios con dinero del Congreso. Aunque después se ha comprobado que hay parlamentarios de otros partidos, incluyendo el oficialista, que han hecho algo similar, los fujimoristas han sido vapuleados –con justificada razón– durante varios días.

Algunas versiones indican que la filtración fue propiciada por Palacio de Gobierno con la finalidad de seguir irritando a sus adversarios políticos y suscitar una reacción agresiva de estos. Cuando el flamante premier se presente mañana lunes en el Congreso, donde el oficialismo ya es minoría, a pedir el voto de los parlamentarios, no hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que esa denuncia no ayudará a bajar las tensiones sino que atraerá ataques contra él.

En realidad, desde que Cateriano inició su ronda de conversaciones con los líderes políticos y gremiales, el presidente Ollanta Humala se dedicó a perjudicar sus esfuerzos con provocaciones a la oposición y a los medios de comunicación, a tal punto que Keiko Fujimori advirtió que el premier debe cuidarse del presidente y debería dialogar primero con él.

Otro error fatal –al parecer inducido también por la pareja presidencial– fue su innecesaria visita al sur en medio de un conflicto sin perspectivas de solución favorable. Los viajes de Cateriano a Mollendo y Arequipa para intervenir en la disputa suscitada alrededor del proyecto minero Tía María aparentemente también fueron dispuestos por la pareja presidencial. Por supuesto, eran una misión imposible. Los líderes antimineros le hicieron el vacío y se negaron a reunirse con él. El premier se limitó a lanzar amenazas que no tenían la posibilidad de realizarse y ahora tendrá que responder tanto por la violencia, que ha costado un muerto y varios heridos, como por el presumible fracaso de una de las pocas inversiones mineras en curso.

El asunto es que el problema en Islay es político y el gobierno carece de operadores en el terreno. Peor aun, al parecer ni siquiera advierte cuál es el obstáculo y la solución, y se limita a procurar imponerlo por la fuerza, camino que se ha demostrado inútil siempre que se ha intentado. Es decir, es imposible llevar adelante un proyecto minero, al cual se opone un grupo de radicales que han logrado movilizar a un sector de la población, solo con la intervención de la policía.

La fuerza policial es eficaz en contener a los antimineros, que siempre recurren al bloqueo de carreteras y a la violencia, si es que se cuenta con el respaldo activo de un sector de la población. Y para ello se requiere de líderes locales capaces de movilizar a los que están a favor de la inversión y el desarrollo. Glosando una famosa frase que usó Bill Clinton en su campaña contra George Bush padre en 1992, se puede decir: “Es la política, estúpido”.

Es muy difícil que una policía mal equipada, deficientemente entrenada y peor dirigida, pueda mantener el orden durante más de un mes, soportando las constantes provocaciones de los antimineros, sin que se produzcan incidentes lamentables como los que finalmente han ocurrido.

El resultado es que Cateriano tendrá ahora el repudio de los enemigos de la minería y los votos en contra de varios parlamentarios izquierdistas disidentes del humalismo en el Congreso, según han anunciado, y una negativa opinión de los partidarios de la inversión y el crecimiento, que perciben que es incapaz de sacar adelante un proyecto muy importante en momentos en que la economía sigue desacelerándose.

Aunque probablemente logre el voto de investidura, Cateriano inicia su ministerio debilitado y es posible que los próximos meses tenga que enfrentar cuestionamientos cada vez más potentes y ruidosos. Y es que el principal obstáculo para el buen desempeño de un primer ministro –como lo han constatado sus antecesores– es la pareja presidencial, los verdaderos perros del hortelano de la política nacional, que se empeñan en levantar barreras insalvables con políticos, medios de comunicación y la sociedad civil, y hacen superfluos los esfuerzos de sus ministros.