Hablar de la economía peruana hoy requiere hablar cuidadosamente de Estado y perspectivas de la educación. Aunque sobre este tema se puedan escribir muchas cosas, lo cierto es que este ámbito configura el talón de Aquiles de nuestra sociedad.
Sin una oferta creciente de gente propiamente educada, difícilmente avanzaremos. O, lo que es lo mismo, con una mayoría deficientemente educada –poco productiva y poco empleable– no solo elegiremos demagogos: tendremos el infierno social asegurado con una mayoría dispuesta a patear el tablero en cada elección. ¿Pero cómo son las cosas hoy en el ámbito educativo? ¿Cuál es el reto por enfrentar? Y, parafraseando al actual titular del sector, ¿nos lo merecemos?
Antes de responder, destaco el hecho de que la educación de calidad resulta cada vez más cara. Ofertar masivamente educación barata significa configurar una sociedad repleta de ciudadanos pobres y poco empleables.
La llamada educación inclusiva es básicamente ideología. La otra –de alta calidad–, aunque costosa, genera talentos diferenciados. Individuos muy demandados. Solo ampliar la cobertura es una estafa social: no nivela nada.
Establecido esto, respondamos las interrogantes. Hoy, gastando en educación pública un porcentaje similar al estadounidense (como porción de la educación en el presupuesto estatal), cada alumno peruano –sea en el ámbito escolar o superior– recibe alrededor del 3% de lo que recibe un estadounidense. Y nótese que este ratio no pondera la ineficiencia de la oferta local ni sus problemas de fraude o corrupción.
En consecuencia, urge gastar mucho más y mejor. Para ello, es menester depurar drásticamente la oferta académica estatal (por calidad y por integridad) y, luego, duplicar el presupuesto del sector Educación, con recortes de la grasa burocrática de otros pliegos (como salud, defensa nacional, seguridad ciudadana, justicia, transferencias, etc.).
No obstante, este esfuerzo estatal sería insuficiente. Tal es el retroceso posvelasquista, que ni aplicando el esbozado plan de priorización educativa alcanzaría. Para saltar del 3% al 15%, el grueso de la educación nacional deberá ser ofertada por privados. Deberemos evitar que la burocracia y sus regulaciones continúen trabando la educación privada en todo ámbito.
Pero si ordenar y duplicar el presupuesto educativo es complicado, lo es mucho más permitir el ingreso de inversiones privadas (dada la ideología socialista que se nos ha inoculado desde nuestras clases de primaria hasta nuestros no tan brillantes doctorados). La escala del reto no es solo enorme: colisiona con nuestras creencias más arraigadas.
Quienes no merecen que la situación continúe son nuestros niños y jóvenes, condenados desde el inicio a arrastrar bajos ingresos y empleabilidades. La ruta puede ser distinta, pero el camino de salida de la educación nacional (gastar más y mejor, y privatizar) luce bastante lejano.