"La economía británica necesita más a la UE que viceversa (la UE representa el 45% del comercio exterior del Reino Unido, mientras que el este representa menos del 20% del de la Unión).
"La economía británica necesita más a la UE que viceversa (la UE representa el 45% del comercio exterior del Reino Unido, mientras que el este representa menos del 20% del de la Unión).
/ BEN STANSALL
Enzo Defilippi

Luego de la segunda batalla de El Alamein, la primera gran victoria británica contra los nazis, Winston Churchill dijo lo siguiente: “Este no es el final. Ni siquiera es el principio del final. Pero es, quizás, el final del principio”. Lo mismo, creo yo, podemos decir del ‘’ luego de la aplastante victoria del Partido Conservador en las elecciones del jueves pasado. Si bien asegura que el se separará finalmente de la el 31 de enero próximo, este proceso está aún lejos de ser finalizado. De hecho, esa es la fecha de la separación, no la del divorcio. Este recién deberá ocurrir en diciembre del 2020, luego de que Londres y Bruselas hayan suscrito un comprensivo acuerdo comercial que, por cierto, es muy difícil de negociar en tan poco tiempo.

Según los analistas, la abrumadora victoria del Partido Conservador (su mejor resultado desde 1987 y el peor para los laboristas desde la década de 1930) fue posible gracias a una combinación de varios factores: el hartazgo de la opinión pública con el ‘brexit’ (que hizo que mucha gente quiera que termine ya a pesar de no estar plenamente de acuerdo); que gran parte del núcleo duro de la oposición laborista también es partidaria de la salida del Reino Unido de la UE; y la tremenda impopularidad del líder laborista Jeremy Corbyn, quien, al generar un fuerte viraje del partido hacia la izquierda más radical, incentivó a muchos centristas a votar por los conservadores. Ello, a pesar de que Boris Johnson, el líder conservador y actual primer ministro, es un bufón conocido por su populismo, extravagancia y oportunismo político.

Lograr un acuerdo satisfactorio con la UE va a ser difícil por otras razones, además del poco tiempo previsto para negociar. En primer lugar, porque a los miembros restantes de la unión no les conviene que el ‘brexit’ sea un éxito. Ello podría incentivar a otros países a seguir el mismo camino, lo que es especialmente peligroso en esta coyuntura de poco cordiales relaciones entre la UE y países como Hungría y Polonia. Además, Italia, un país clave para la integración europea, puede ser gobernado por la extrema derecha en cualquier momento. En segundo lugar, porque la economía británica necesita más a la UE que viceversa (la UE representa el 45% del comercio exterior del Reino Unido, mientras que el este representa menos del 20% del de la Unión). En estas circunstancias, es probable que tengan que hacer muchas concesiones difíciles de tragar para mantener su acceso al mercado común. Y, en tercer lugar, porque administrar el régimen económico al que estaría sujeto Irlanda del Norte va a ser complicadísimo. En efecto, la última versión del acuerdo de separación prevé que esta región (parte integral del Reino Unido) se mantenga dentro del mercado único europeo (una fórmula ideada para evitar reinstaurar la frontera “dura” con la República de Irlanda, miembro de la UE). Acordar las reglas para operativizar este arreglo (que implica procedimientos aduaneros bastante complejos) es la pesadilla de cualquier negociador.

¿Qué harán los británicos con su país cuando ya no tengan que cumplir con los estándares de la UE? Ellos mismos no lo saben aún. Quizás, cuando finalmente lo decidan, podremos hablar del principio del fin del ‘brexit’.

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