Santiago Pedraglio

Una verdad instalada en la política peruana es que las campañas de las elecciones presidenciales son de corta duración. Dejar que discurra el silencio por meses y procurar la sorpresiva aparición final constituiría la mejor estrategia. Mientras tanto, hablar poco y no proponer nada. Este sello comenzó a acuñarse desde que Alberto Fujimori ganó las generales de 1990, cuando en breves semanas pasó de ser un desconocido a candidato ganador.

Acomodándose a ese mito nadie quiere adelantarse, porque quienes lo hagan “se van a quemar”; esto es, las baterías enemigas enfilarán en su contra para restarles posibilidades. Además, parapetándose en una verdad de Perogrullo –”nadie lee los programas de gobierno”–, no hay quien se tome la molestia de plantear políticas de gobierno concretas frente a asuntos como la seguridad ciudadana –salvo la pena de muerte, su “medida milagrosa”– o el transporte público, que tan pésimos efectos tiene en la vida cotidiana.

No obstante, en términos prácticos, desde 1995 este cálculo sobre el manejo de las campañas no se condice con los resultados. Remitiéndose al desenlace de las siete últimas campañas, se ve que se decidieron entre personajes conocidos: un ya presidente Alberto Fujimori y Javier Pérez de Cuéllar en 1995, Fujimori y Alejandro Toledo en el 2000, Toledo y Alan García en el 2001, García y Ollanta Humala en el 2006, Humala y Keiko Fujimori en el 2011, Pedro Pablo Kuczynski y Keiko Fujimori en el 2016, y Pedro Castillo y Keiko Fujimori en el 2021.

Es fácil comprobar que los dos candidatos que obtuvieron las más altas votaciones en la primera vuelta de los siete últimos procesos electorales eran políticos conocidos. Si bien Pedro Castillo podría ser tomado como excepción, no hay que olvidar su carácter de dirigente que encabezó una huelga magisterial nacional de tres meses en el 2017.

El efecto de esta supuesta verdad electoral sobre la democracia es pernicioso. Si hay un momento en el que los habitantes del Perú se interesan y participan en política es durante las elecciones. La participación anticipada de aspirantes presidenciales permite conocerlos mejor, pero, sobre todo, saber qué piensan, qué proponen y cómo o con qué otras propuestas replican a sus potenciales adversarios. Reclamemos, pues, que se ponga en práctica una virtud democrática básica: el debate, la presentación y consistencia de las propuestas y las consiguientes réplicas.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Santiago Pedraglio es sociólogo

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