“Muchas regulaciones que parecen absurdas a simple vista tienen una lógica oculta y perversa, que consiste, en última instancia, en redistribuir ingresos”. (Ilustración: Víctor Aguilar).
“Muchas regulaciones que parecen absurdas a simple vista tienen una lógica oculta y perversa, que consiste, en última instancia, en redistribuir ingresos”. (Ilustración: Víctor Aguilar).
Iván Alonso

El profesor Jagdish Bhagwati, una eminencia en los campos del comercio internacional y la economía del desarrollo, bautizó con el nombre de teorema del cuñado (“the brother-in-law theorem”) al rol que juegan ciertas personas políticamente bien conectadas en la trama del intervencionismo estatal. Siempre hay un cuñado de algún funcionario –dice Bhagwati– que es el que consigue las licencias de importación; un sobrino –decimos nosotros– que se especializa en redactar los manuales que exige un ministerio; unos patas de la universidad a los que se les puede encargar los estudios que requiere ese plan de desarrollo que se acaba de aprobar.

El teorema del cuñado nació para dar cuenta de un error de predicción en la teoría de la “búsqueda de rentas”, que apareció en los años 70 del siglo pasado. Las licencias de importación y otras restricciones al comercio internacional, así como los monopolios legalmente protegidos, generan rentas, entendidas como las ganancias extraordinarias que se derivan de la explotación de un privilegio. Una licencia de importación, por ejemplo, le permite a su titular comprar al precio internacional un producto que no se puede traer libremente al país y venderlo a un precio exorbitante. La teoría predecía que se desataría tal competencia por conseguir licencias de importación que todas las ganancias extraordinarias se consumirían en ese afán. Pero los estudios empíricos posteriores no confirmaban la predicción. La razón era que no había tanta competencia por hacerse de las licencias porque generalmente las únicas que estaban en posición de conseguirlas eran unas cuantas personas con llegada al poder político.

De alguna manera, eso reduce el desperdicio de recursos –en llamadas, reuniones y solicitudes– que supone la competencia por las rentas. Pero nada impide que los mismos recursos se desperdicien tratando de establecer buenas conexiones. Por otro lado, quienes confían en sus conexiones no estarán faltos de ideas para que las autoridades impongan nuevas restricciones y regulaciones que generen todavía más rentas. El resultado de este sistema de compadrazgo puede ser peor para la economía.

No todas las rentas se extraen explotando un diferencial de precios, como en el ejemplo de las licencias de importación que hemos puesto más arriba. Hay formas más discretas, como la contratación de servicios improductivos. Con cada nueva regulación aparece una necesidad y con cada necesidad se crea una ocupación. Si usted tiene un negocio, probablemente haya contratado en estos meses a un consultor que le escribiera el protocolo de seguridad para que le permitieran volver a trabajar. ¿Y para qué un consultor, si era materialmente imposible que el gobierno revisara en detalle todos los protocolos? Quizás para asegurarse de incluir el floreo correcto y las palabras clave.

Muchas regulaciones que parecen absurdas a simple vista tienen una lógica oculta y perversa, que consiste, en última instancia, en redistribuir ingresos. Informes, estudios e inspecciones que se hacen nada más para cumplir con requisitos que no suman ni restan a los objetivos del inversionista, del empresario o del simple ciudadano. Todos, sin embargo, requieren una dedicación de tiempo, tiempo que podría ser usado de mejor manera. No es bueno para el país, pero hay que gente que vive cómodamente de eso.

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