Está creciendo el pavor acerca de la no baja probabilidad de que las elecciones presidenciales estadounidenses resulten en violencia, caos político y una crisis constitucional sin precedentes.
Las normas democráticas en la política se han ido derrumbando. El presidente Donald Trump ha estado repitiendo que “la única manera en que nos pueden quitar esta elección es a través de una elección fraudulenta”. Está dispuesto a deslegitimar el proceso electoral si no gana. La demócrata Hillary Clinton correspondió al sentimiento al declarar que “Joe Biden no debe conceder la derrota bajo ninguna circunstancia”.
La coyuntura política, la pandemia y las mismas leyes electorales –que se pueden interpretar de distintas maneras– aseguran lo que el experto legal Lawrence Douglas ha denominado una “tormenta perfecta”.
Todo indica que estas elecciones serán muy parejas. Pequeñas diferencias en la votación en algunos condados o estados claves podrían decidir el resultado. Eso ya implica una contienda feroz. Pero este año, debido al coronavirus, se espera que, por primera vez en la historia del país, por lo menos la mitad de los electores enviarán su votación por correo.
Podría ocurrir lo siguiente. El 3 de noviembre, el día de las elecciones, lleva la ventaja Trump en el conteo, como es lo más probable. Típicamente los republicanos llevan la ventaja inicial porque tienden a votar en persona más que los demócratas, y el voto urbano, donde se concentran los demócratas, demora más tiempo en contarse. Este año, sin embargo, probablemente no se sabrá el resultado al final del día dado la cantidad de votos por correo que tendrán que contabilizarse. Quizás no se sabrá por semanas.
No obstante, es probable que Trump se declare ganador el mismo día de las elecciones. Ya ha afirmado que el votar por correo producirá enorme fraude y no es fiable. No es una locura pensar que podrá producir problemas votar por correo, pero también es cierto que los demócratas votan por correo en mayor proporción. Los demócratas, con justa razón, protestarán. En la medida en que los votos en los días y semanas siguientes le podrían quitar la ventaja a Trump, los seguidores del presidente denunciarán fraude.
Las reglas sobre lo que califica como un voto válido varían por estado y las cortes a veces han contradicho a las legislaturas. Por razones técnicas, habrá mucho margen para interpretar la validez de cada voto. En los estados claves como Pennsylvania o Florida, los abogados de ambos partidos disputarán cada voto ambiguo. Sí o sí, las cortes jugarán un papel importante.
Bajo aquel escenario, esto terminará en la Corte Suprema, donde Trump acaba de nominar una candidata conservadora parar reemplazar a la progresista de izquierda Ruth Bader Ginsburg que falleció este mes. Trump está en su derecho constitucional y la Corte podría fallar a su favor, pero los demócratas lo considerarán ilegítimo.
Las protestas en las calles probablemente se volverán violentas. El profesor John Cochrane predice que Trump sacaría las tropas para poner orden, lo cual radicalizaría la política todavía más y producirá un país en que buena parte del pueblo no creerá en la legitimidad de la elección ni la de la Corte Suprema.
Pero puede ser peor, tal como lo ha delineado un detallado artículo en “The Atlantic”. Trump puede usar las tropas para obstruir el proceso de contar votos y recurrir a reglas constitucionales para que el colegio electoral por estado no represente lo que para algunos parece indicar el voto popular. Pero los demócratas pueden recurrir a las mismas reglas, resultando en un colegio electoral con demasiados electores. Bajo algunos supuestos no descabellados, esto puede resultar en que Trump, Biden y la líder de la Cámara de Representantes –cada uno por su cuenta– se declare presidente constitucional sin que haya una vía constitucional para resolver la crisis.
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