Elecciones y lloriqueos, por Carlos Adrianzén
Elecciones y lloriqueos, por Carlos Adrianzén
Carlos Adrianzén

Todos los días nos vemos obligados a elegir algo. En cada ocasión podemos acertar o equivocarnos. Acertar desarrolla muchos beneficios mientras que equivocarse, todo lo contrario. Por ejemplo, comprar una vivienda en una zona segura, cercana a sus amistades, con amplias áreas verdes y varios acceso a centros comerciales y de salud puede mejorar su calidad de vida y reducir significativamente sus gastos cotidianos en alimentación y transporte. Equivocarse, en cambio, puede llevarlo a la desgracia de sufrir asaltos continuos, perder patrimonios o inflar los gastos en seguridad, alimentación y transporte.

Lamentablemente no resulta nada raro que gracias a algo de apresuramiento usual, combinado con la moda o las artes de un buen vendedor, caigamos en tremendos y costosos errores. La teoría microeconómica neoclásica nos recuerda algo fundamental: cuando elegimos, lo hacemos contraponiendo preferencias con nuestro poder adquisitivo. Y, como tenemos ingresos limitados, debemos ser cuidadosos. 

Pero no todas las elecciones son opciones momentáneas. Algunas, como la elección de una vivienda o de un presidente, significan quedarse con ellas por un tiempo. Por eso, este tipo de elecciones deben ser hechas con particular cuidado y hasta devoción: aquí no sirven ni el pesimismo (todos los candidatos son malos) ni el optimismo infundado (todo ya está encarrilado). 

Lo que elijamos puede llevarnos por caminos muy distintos. 
 

Si no, ponderemos cómo nos fue tolerando al dictador o al joven entusiasta

Próximos a las elecciones generales y dado que nuestro pasado como electores no brilla, es bueno repasar la historia. 

Después de que nos ofrecieron de todo (millón de empleos, futuro diferente, honradez, tecnología y trabajo, fujimorismo sin y crecimiento con equidad), nuestras elecciones políticas nos salieron muy caras. Nuestra historia reciente nos enseña también que quebrar el orden democrático nos termina costando muchísimo. Por lo tanto, hecha la compra, solo cabe ir a llorar al río. 

Es decir: esos presidentes y congresistas accidentados –que tanto repudiamos– reflejan la meridiana realidad de que somos malos eligiendo.

¿Pero qué enferma nuestra capacidad de elegir? En eso tenemos dos defectos.

Primero. No hemos interiorizado que tenemos preferencias ilusas, y no comprendemos que somos pobres y votamos por aventureros u ‘outsiders’ que plantean siempre lo mismo y que, creyendo que somos ricos, piensan que solo basta con combatir la corrupción y la desigualdad.

Y segundo. Tampoco reconocemos que requerimos gobernantes capaces de tomar acciones duras para dejar de ser pobres. Es decir, volver a crecer por décadas a un ritmo mucho mayor.