El emprendedurismo es una ideología que ha sido difundida con relativo éxito en el Perú en los últimos años. Este discurso tiene ejemplos paradigmáticos en el país, como el caso exitoso de los Añaños.
El emprendedurismo resalta el esfuerzo y el éxito individual. El perfil del emprendedor es el de aquel sujeto que chambea duro y parejo y que se sobrepone a las adversidades. El objetivo final es lograr que el negocio prospere y lograr crear algo de la nada. Si el emprendedor logra triunfar, se convertiría en un hombre hecho a sí mismo.
Este discurso tiene al menos un sesgo resaltante, el excesivo énfasis en el individuo, en desmedro del contexto y las circunstancias. Llevado al extremo, si un emprendedor fracasa, la responsabilidad también sería eminentemente individual, sin atenuantes en la realidad.
El énfasis individual además oscurece que los sujetos son parte de una comunidad, que ningún hombre es hecho por sí mismo, sino en relación con otros.
Un ejemplo clásico de emprendedurismo en otras latitudes es la innovación que acompañó la revolución digital. En el libro de Walter Isaacson, “The Innovators” (2014), se narra la historia de esta revolución y una de las principales conclusiones es que estos emprendedores no son lobos solitarios.
Contraria a la idea del hombre que se hace a sí mismo, este libro muestra que estos emprendimientos prosperaron gracias a que fueron impulsados por equipos de trabajo en una comunidad que les dio soporte, entre las cuales estaban las asociaciones de los primeros entusiastas en la informática, las universidades y el gobierno que apoyaba esta rama de la tecnología para fines militares.
Es más, mucha de la innovación tecnológica tuvo que ver tanto con el altruismo de innovadores que pensaban que las herramientas tecnológicas deberían estar en el ámbito público, tanto como con empresarios pensando en hacer negocios. Es decir, un emprendedurismo exitoso tiene un componente individual, pero también necesita de un componente social para perdurar.
Este discurso, sin embargo, se ha inmiscuido en la política en su versión sesgada y marcadamente individualista. César Acuña es la encarnación de este tipo de emprendedurismo. Este candidato se califica a sí mismo como un emprendedor provinciano, fórmula doblemente poderosa.
Su biografía resalta sus orígenes humildes, los valores familiares de esfuerzo y el logro de haber construido un imperio universitario de la nada. En esta historia de vida no se observa un “nosotros” y convierte al altruismo en clientelismo directo. ¿Cómo interpretar la penetración de este discurso en el campo político electoral?
En primer lugar, un candidato asociado al emprendedurismo mandaría un mensaje de que el logro individual tendría mayor peso que la búsqueda del bien colectivo. En esta lógica, el proyecto conjunto se subordinaría a una atomización de emprendimientos particulares. En un extremo, cada ciudadano debería bailar con su propio pañuelo.
Este candidato enfatizaría también un discurso en el que la política no necesita de la ayuda de externos, a lo más requeriría apoyo de un grupo de familiares y colaboradores muy cercanos. La formación de un partido político sería un mero requisito formal por cumplir, pues este tipo de asociaciones son la antítesis del espíritu no gregario del emprendedor político. Los partidarios serían instrumentos para el logro individual del político emprendedor.
Este discurso, en la versión sesgada individualista, desatendería que para llevar adelante un emprendimiento exitoso de largo plazo se necesita un espíritu de comunidad y cierta dosis de altruismo, ingredientes ajenos en este discurso. No tenemos, en este caso, un político emprendedor que refleje el componente social de los emprendimientos exitosos, solo un político que cree ser un hombre hecho a sí mismo.