Aquila
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Diego Macera

debía ser uno de los proyectos estrella de Facebook, de esos que le trajera reconocimiento y buena imagen en todo el mundo. Se trataba de un dron a base de energía solar que tenía como objetivo llevar a lugares remotos del planeta. Sin embargo, del tamaño casi de un convencional Boeing 737, los vuelos de prueba durante el 2016 y el 2017 no fueron exitosos. Así, después de algunos intentos, Facebook anunció que abandonaba el proyecto a mediados de este año.

Si bien la apuesta de Mark Zuckerberg no pagó, el esfuerzo por llevar acceso a Internet a lugares alejados de la con soluciones innovadoras o tradicionales no debería parar. Más allá del valor en sí de tener a la mano cantidades ilimitadas de información, la utilidad de la conexión a Internet donde hoy no hay está muchas veces subestimada para aspectos como dinamismo de mercado, las oportunidades de empleo o la provisión de servicios públicos.

Para la economía, por ejemplo, a mediano y largo plazo los beneficios de integrar comunidades enteras en actividades más productivas son enormes. Desde la empresa, a medida que la capacidad adquisitiva avance y la oferta de servicios digital también, los nuevos internautas serán nuevos clientes. Para el ecosistema de emprendimientos con fines de lucro o sociales, ¿quiénes mejor que las personas que viven en las mismas comunidades para diseñar productos que se adecúen a sus necesidades, resuelvan los problemas que solo ellos conocen bien o aprovechen las potencialidades de la zona? Alternativas de certificación de madera obtenida legalmente o de alimentos adecuadamente procesados –como la que ofrece IBM a través de blockchain– pueden perfectamente explotarse en las zonas más alejadas del país. Duplicar, triplicar o cuadruplicar la en áreas alejadas y económicamente deprimidas con conexión de calidad sí es una posibilidad.

En el plano laboral, las empresas no tienen ya que limitarse a contratar trabajadores en la misma ciudad en la que operan. Aunque pocas compañías peruanas lo utilizan hoy –en parte por una regulación sumamente deficiente que debe corregirse– el trabajo a distancia abre de manera infinita la oferta de candidatos a puestos que se puedan desempeñar remotamente. A su vez, esto ofrece oportunidades de trabajo –algunas de mediana o alta productividad– a habitantes que viven fuera de las grandes ciudades. ¿Por qué no pensar, en un futuro cercano, en un ingeniero en Chota que coordine el pago por sus servicios con un contador en Atalaya que a su vez certifique el contrato que redactó un abogado en Quillabamba? El costo de la conexión a través de carreteras, trenes o red eléctrica hizo imposible que buena parte del Perú –en su accidentada geografía– se sumara a la producción física de bienes que trajo crecimiento y bienestar en las últimas décadas. Si no pudimos aprovechar la revolución industrial y sus siglos posteriores, la revolución digital ofrece una nueva oportunidad a costo de conexión mucho más bajo.

Por supuesto, para aprovechar al máximo el capital humano talentoso en zonas alejadas es necesario construirlo. La conexión digital facilita también la provisión de servicios esenciales como educación o salud ahí donde más se requieren. Clases o diagnóstico médico a la distancia serán cosa común en los siguientes años.

¿Cómo se ha avanzado en el Perú al respecto? Mientras que la conexión satelital para zonas remotas ha sufrido un golpe a través de un reciente cambio de interpretación de la Sunat sobre el pago de Impuesto a la Renta de este servicio, la Red Dorsal Nacional de Fibra Óptica tiene aún serios problemas tarifarios con el concesionario y de superposición con redes privadas. Osiptel, el MTC y Pro Inversión tienen responsabilidad en la política de conexión digital remota, pero no son los únicos. Y esperar a Aquila ya no es una alternativa.