Ian Vásquez

Un récord de casi 110.000 estadounidenses murieron por sobredosis de el año pasado. Más de 75.000 de esas muertes se debieron a fentanilo que, a su vez, proviene mayormente de .

Cuando Donald Trump fue presidente, a puertas cerradas consideró bombardear los laboratorios de fentanilo en territorio mexicano, pero sus asesores lo disuadieron, cosa que su exsecretario de Defensa reveló solo el año pasado. Desde entonces, numerosos líderes del Partido Republicano han vuelto al tema y ahora abogan abiertamente por el uso de las Fuerzas Armadas estadounidenses para combatir los cárteles mexicanos de drogas dentro de México.

Según su campaña presidencial, Trump recientemente les pidió a sus asesores que preparen tales opciones militares mientras que su rival, el candidato Ron DeSantis, declaró que enviaría a las Fuerzas Armadas a México en “el primer día” de ser presidente. Numerosos senadores y representantes están promoviendo leyes para facilitar intervenciones militares.

Convertir la guerra contra las drogas, una política que evidentemente ha fracasado dentro de en una guerra de verdad, ignora lo que décadas de experiencia nos han mostrado: mientras que exista demanda, es fútil intentar controlar la oferta de drogas.

El representante republicano Dan Crenshaw dice que la violencia y el desorden de México hacen recordar a la Colombia de los noventa, que se volvió más pacífica solo después de aceptar ayuda militar y antinarcótica de Estados Unidos. Por lo tanto, el país sudamericano debe ser el modelo a seguir.

Irónicamente, Crenshaw ignora que el nivel de violencia e inseguridad en México solo se disparó luego de que ese país declarara la guerra contra los cárteles en el 2006. Como en tantos otros países de tránsito o producción de drogas ilícitas, desde entonces al gobierno la situación se le ha ido de las manos.

El representante ignora también que, a diferencia de Colombia, México se opone a la actividad militar de Estados Unidos en su territorio. Cualquier intervención sería un acto de guerra que malograría las relaciones de EE.UU. con su principal socio comercial, dañaría la imagen del país ante el resto del mundo y fortalecería al presidente populista mexicano.

Crenshaw y sus aliados republicanos ignoran también que la política antinarcótica de Washington en Colombia fracasó. No se redujo el flujo de droga ni el consumo de cocaína en EE.UU., y el área de cultivo de coca en Colombia en las dos primeras décadas de este siglo casi se duplicó.

La futilidad en el control de la oferta es un factor constante en la guerra contra las drogas. En el mejor de los casos, las victorias son efímeras. Cuando se reduce la producción en un país o un lugar, se traslada a otro. Cuando se intensificó la guerra contra las drogas en el Caribe y en Colombia, el narcotráfico creció en México. En todos los casos, la prohibición crea ganancias astronómicas y estimula la violencia y la corrupción.

Las propuestas de los republicanos también contemplan la militarización de la frontera donde cruzan los inmigrantes no documentados. Esa medida no haría mucho para impedir el tráfico de fentanilo, dado que más del 90% de la droga se captura en pasos fronterizos legales o puntos de control en el interior del país, y el 86% de traficantes de fentanilo son estadounidenses, no mexicanos.

El fentanilo, en todo caso, es todavía más difícil de prohibir que la heroína o la cocaína por ser decenas de veces más potente. Por eso, cantidades mínimas de la droga son fáciles de traficar y difíciles de detectar. Por la misma razón, el fentanilo es todavía más rentable que las otras drogas.

Es una ley de hierro que mientras más se reprimen las drogas, estas se vuelven más potentes y difíciles de controlar. Eso también es parte de la historia que los republicanos ignoran con imprudencia completa.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Ian Vásquez Instituto Cato