Los intentos del presidente Ollanta Humala para desmentir el espionaje practicado por su gobierno a políticos, periodistas, funcionarios y empresarios, han fracasado. Negar lo evidente no es un buen camino para esclarecer las cosas. Por ejemplo, en su mensaje formal el lunes 19, rodeado por todo el gabinete, sostuvo lo siguiente: “En cuanto al supuesto seguimiento a la vicepresidenta de la República y compatriota Marisol Espinoza, rechazo tajantemente que ello se haya producido”.
En otras palabras, Humala rechaza la realidad, porque está comprobado, como mostró el reportaje de Panorama el domingo pasado, que los que espiaban a la vice presidenta y congresista eran sub oficiales del Ejército asignados a la DINI (Dirección Nacional de Inteligencia) y que quien fue a la comisaría a rescatar a uno de los agentes detenidos es el comandante de la Policía Johnny Bravo, jefe de la unidad de la DINI encargada de las operaciones de espionaje y vigilancia.
La ridícula coartada de que estaban siguiendo a unos inexistentes libaneses es tan absurda como la de los imaginarios colombianos en el Parque del Amor cuando me reglaban a mí y otras personas. Más claro todavía, uno de los agentes de la DINI, el sub oficial del Ejército Raúl Pianto, se escapó corriendo aprovechando un descuido del policía del resguardo de Espinoza que los había capturado. Si estaba realizando una operación legal ¿por qué huyó?
En suma, no cabe la más mínima duda que la DINI espiaba a Espinoza. Y el presidente dice que ese hecho no se ha producido. No intenta alguna justificación, simplemente niega la realidad. ¿En qué mundo de fantasía vive?
El reportaje de Américo Zambrano en Correo Semanal muestra que Humala ha colocado en lugares clave de los servicios de inteligencia a amigos de su promoción del Ejército (“Los espías de la promo 84”, 22.1.15), incluyendo a los dos jefes que ha tenido hasta ahora la DINI. Es decir, es imposible que el extenso fisgoneo a políticos, funcionarios, periodistas, etc. se haya realizado no solo sin el consentimiento y conocimiento de Humala, sino sin su orden directa y explícita.
Así como nadie –ni los tribunales de justicia- creen que las operaciones de espionaje y las campañas de demolición que orquestaba Vladimiro Montesinos se hacían sin el conocimiento de Alberto Fujimori, nadie puede imaginar que lo que está ocurriendo ahora se realice sin las órdenes de Humala. Con la diferencia que Montesinos llegó a acumular un poder propio inmenso, cosa que no ocurre ahora con ninguno de los satélites de Humala.
Por eso llama la atención lo que dijo la premier Ana Jara quien, luego de negar que haya espionaje, añadió: “¡Pero de existir facción que lo hubiere hecho de manera paralela, será erradicada!”. Si no existe posibilidad alguna de que los servicios de inteligencia espíen sin la orden y el conocimiento del presidente ¿a quién se refiere?
En realidad, en un gobierno que es manejado como un cuartel, como acaba de recordar Augusto Álvarez Rodrich, no se permiten las facciones. Cuando alguien no acata las órdenes sin dudas ni murmuraciones se convierte en un disidente y es expulsado o tiene que renunciar. Demás está decir que las cosas funcionan igual o peor en el Partido Nacionalista, que regenta Nadine Heredia.
Las únicas facciones que podrían existir entonces serían las de Ollanta y Nadine. ¿Hemos llegado a esa situación? ¿Eso insinuaba la premier Jara?
De hecho, fuentes confiables aseguran que también existe un archivo sobre Ana Jara, destinado a filtrarse a los medios de comunicación para desacreditarla. Por ahora ha quedado congelado. Las confusas explicaciones en torno al presunto reglaje a la jefa de la SUNAT y prima de Nadine Heredia, Tania Quispe, también causan desconcierto.
Si a esto se le suma la desazón de algunos congresistas y funcionarios del humalismo con ciertos actos de corrupción y medidas políticas impopulares, se configura un cuadro que Álvaro Vargas Llosa –que no es un enemigo del gobierno- ha calificado de descomposición.
El problema es que todavía falta un año y medio para que termine la pesadilla. La alternativa más sensata parece ser que la débil y fragmentada oposición pueda llegar a acuerdos y obligar al gobierno a nombrar un gabinete razonablemente independiente hasta el 2016, que pueda evitar o limitar los desatinos de la pareja.