No podía defraudar el Congreso y todo indica que no defraudará. A la lista existente de planes desarrolladores y alentadores de nuestro crecimiento económico, los miembros de la Comisión de Producción acaban de agregar su propia iniciativa para el fomento industrial.
El anuncio lo hace don Octavio Salazar, quien, siguiendo la moda imperante, anuncia que su plan también tiene ejes, objetivos y, por supuesto, nuevas entidades promotoras. Su proyecto, en efecto, establece la creación del comité de prospectiva empresarial, el cual se encargará de generar información sobre las infaltables cadenas de valor, como no podía ser de otra manera. Igualmente, crea el instituto de calidad y metrología y, por supuesto, un consejo nacional de desarrollo industrial.
Mientras esto sucede y cuando aún se discute el Plan Nacional de Diversificación Productiva (PNDP), del Produce, la ministra Magali Silva anuncia que ya se viene con todo el Plan Estratégico Nacional Exportador (PENX), del Mincetur. De la mano con la implementación de más oficinas comerciales de exportación regional, que se suman a la red de agregados comerciales ubicados en el extranjero.
¿Qué tienen en común estas iniciativas? Todas son síntomas de una idéntica pretensión: el sueño del progreso microorientado. Detrás de estos planes anida el mismo vicio de creer que el Estado puede liderar el desarrollo a nivel sectorial. Puro voluntarismo burocrático en virtud del cual grupos de élite de la administración pública guiarán al sector privado a tomar las mejores decisiones de inversión y gestión empresarial.
El plan del Congreso sigue esa misma lógica: si hay un supuesto problema, crearemos una entidad estatal que lo resuelva, en un país donde prácticamente nada de lo que maneja el Estado funciona. Por su parte, la ilusión del PNDP es alcanzar la planificación científica perfecta, una vez más, con funcionarios de mentes brillantes, como en las series de televisión. No está muy lejos de ello el Mincetur con el PENX, cuya ambición equivale a convertir al titular de ese portafolio en el gerente de ventas del país.
Lamentablemente, ninguna de estas iniciativas asume como punto de partida la idea de que los privados pueden sacar adelante la economía si se les permite trabajar. Ninguna cree cabalmente que lo mejor que puede hacerse es destrabar, eliminar trámites ridículos, facilitar las cosas. No confían en el mercado, sino en dirigir detalladamente la asignación de recursos.
¿Por qué no se suspenden todos estos afanes promotores y, en lugar de ello, esos esfuerzos y habilidades se dedican a permitir que el sector privado crezca sin restricciones aberrantes? Gente muy capaz como la señora Magali Silva o el señor Piero Ghezzi podrían enterarse en una semana de todos los problemas laborales, tributarios, municipales, de seguridad y salud, aduaneros, etc. que agobian a las empresas y dedicar su tiempo a partir de ello a remediarlos.
Imagino que no lo hacen porque no tienen el encargo político. El presidente Ollanta Humala estará en la luna en estas materias y el etéreo primer ministro don René Cornejo acaba de declarar en “Gestión” que “los empresarios saben que en el Perú las regulaciones son razonables”. ¡Plop! Con esos antecedentes, seguramente lo que nos queda es esperar más planes de desarrollo, más entidades promotoras y más cadenas de valor. Ojalá sus autores estén sembrando árboles para reemplazar todo el papel bond que están imprimiendo inútilmente.