La pandemia actual está poniendo a prueba a la sociedad civil y gobiernos alrededor del mundo. Algunos países han enfrentado la crisis con éxito mientras que otros han fallado.
El coronavirus hasta ha puesto a competir distintos modelos políticos y económicos. Después de haber logrado controlar el contagio, el Partido Comunista de China, por ejemplo, declaró que es “por lejos, el partido político con la capacidad de gobernanza más fuerte en la historia de la humanidad”. Frente a la ineptitud de Italia y España de tratar de manera eficaz y temprana la enfermedad –y semejantes problemas en Estados Unidos– se ha cuestionado el modelo liberal democrático y se han criticado las fallas de mercado que supuestamente habilitan.
Pero, por varias razones, esa interpretación resulta simplista y equivocada.
En primer lugar, incluso el liberalismo clásico, con su rigurosa visión de un Estado limitado mucho más de lo que es el caso actual en Occidente, admite de un papel importante estatal en casos extraordinarios como las pandemias. Después de todo, el liberalismo se preocupa de los derechos de los individuos (entre ellos, el derecho a la vida), y ante el daño que un enfermo altamente contagioso pudiera causar a terceros, justifica tomar medidas que limiten ciertas libertades, como en otros casos de daño a terceros.
En todo caso, lo que ha estado a la vista en Occidente, lejos de fallos de mercado, ha sido la ineptitud y fracasos gubernamentales masivos. Consideremos EE.UU.
Cuando se reportó el primer caso de coronavirus en ese país, en enero, el presidente Trump salió a decir que no iba a haber una pandemia y que todo estaba “totalmente bajo control”. También frenó la entrada de extranjeros que venían de China y sugirió que eso había resuelto el problema. En febrero, continuó minimizando el problema y declaró que la situación estaba mejorando. En otras palabras, malinformó al público, cosa que sin duda ayudó a reforzar la crisis.
Incluso peor, la centralización gubernamental minó la habilidad de enfrentar esta crisis a tiempo. Desde que irrumpió el caos en enero hasta finales de febrero, el gobierno federal no permitió que los laboratorios y clínicas privadas elaboren sus propias pruebas para el virus. En vez de ello, insistió en que Centers for Disease Control and Prevention elabore el único kit aprobado a pesar de que ya existían pruebas en Alemania y Corea del Sur de que se podrían haber estado usando. Cuando desarrollaron su kit, era defectuoso. De esa manera, se atrasó una respuesta eficaz por un mes, agravando enormemente la crisis en EE.UU.
Solo después de que el mercado y el público se dieran cuenta de la ineptitud del Estado y reaccionaran de manera negativa, se empezaron a tomar medidas más agresivas como la desregulación, la cancelación de ciertos vuelos y las cuarentenas masivas voluntarias.
Nada de esto quiere decir que el modelo chino sea superior. Al contrario, la censura de la dictadura y la falta de transparencia empeoraron enormemente la situación al principio. Y otros países democráticos, como Corea del Sur y Taiwán, han controlado el contagio y reducido la mortalidad de manera exitosa sin recurrir a medidas extremas. Corea de Sur, por ejemplo, no cerró sus fronteras y ni siquiera restringió el movimiento de las personas en zonas afectadas. En su lugar, evaluó y monitoreó a los enfermos, examinó a pasajeros que llegaban al país e informó al público de la gravedad de la situación, entre otras medidas.
Hay muchos factores, como la cultura o el grado de riqueza, que influyen sobre la gravedad con la que pegará la pandemia a los diferentes países. No hay una sola receta para responder a la crisis, pero tampoco hay evidencia de que el liberalismo haya fallado, por lo que no deberíamos abandonar sus principios.