Digan lo que digan, hay lecciones económicas evidentes. El consumo privado depende de la riqueza de largo plazo. Una alta tasa de inversión se asocia con ritmos de crecimiento elevados y quien emite moneda desproporcionadamente respecto a su demanda estalla inflacionariamente. Esto ha pasado en todo tiempo y lugar. Por ello, podemos saber qué naciones se están levantando y cuáles no. Aquí no hay magia. Nuestra pobreza se explica por falta de lucidez al gobernarnos. ¿Hay recetas para el fracaso? Sí, comprobadas y contundentes. Veamos:
1. No respetemos la propiedad privada y confisquemos los ahorros de las empresas y personas. Es decir, la cleptocracia –abierta o discreta– desde el gobierno. Aquí tenemos nacionalizaciones, expropiaciones directas (al estilo de la corrupta dictadura velasquista), impuesto inflacionario (que le robó los ahorros a toda una generación), hiperregulación previsional (que expone a la expropiación indirecta de los ahorros de los trabajadores). En este ámbito, la deshonra de las deudas estatales es la norma. Intentar cobrarlas es algo inaudito.
2. Otorguemos amplios roles discrecionales a una burocracia descapitalizada. El efecto destructivo aquí es muy poderoso. Mientras un empático ministerio y una agencia promotora de la inversión atraen a algún inversionista, ni bien se cierra el contrato, el inversionista cae en los manoseos de una horda de burócratas –recargados de ideología, con afanes de enriquecerse rápidamente y con muy pobre formación técnica– que son capaces de trabar hasta un tren bala. ¿Y los funcionarios que vendieron el proyecto? A esos no se los vuelve a ver nunca más.
3. Reduzcamos el déficit de Estado, que, en principio, es una ilusión móvil. Cuando el aludido déficit se infla para que la burocracia se encargue de todo, la ausencia de déficit significa un viaje sin escalas a La Habana, y la postración y corrupción generalizada que usualmente lo acompaña.
4. Protejamos a los empresarios locales frente a la competencia externa. Es decir, el mercantilismo idealizado. Significa bloquear la competencia con aranceles, fallos dudosos antidumping, y otorgarles generosos tratamientos especiales (dólares, intereses, exoneraciones tributarias, créditos a nunca pagar, etc.). Gracias a esto, el pueblo se empobrece y el amiguito elegido se enriquece (nada discretamente).
5. Creamos ciegamente en algún diagnóstico errado. Por ejemplo, en la región se repite que somos ricos cuando no lo somos. Con esta creencia, las recetas redistributivas más torpes lucen lógicas, aunque al final solo produzcan frustración (porque tratar de distribuir poco no alcanza). En realidad, en un país pobre, el rollo del crecimiento con equidad solo esconde demagogia y conlleva inexorablemente a menores tasas de crecimiento (y reducción de pobreza).
Estas recetas traen además una severa contraindicación: son políticamente adictivas. Escapar de ellas no es fácil. Requiere gobernantes y electores bien educados. Tal vez, justamente, lo que hoy no tenemos.