Tuve la suerte de tener a Fritz como jefe durante los últimos ocho meses, mientras ocupó el cargo de director de este Diario. Era como uno de esos caballeros de antaño: increíblemente cálido, amable, educado, sencillo y considerado. De aquellas personas que es un placer tratar. Sonreía siempre y hacía gala de un irónico sentido del humor con el que finamente ponía punto final a sus comentarios.
Pocos pueden alardear de una coherencia intelectual como la que mantuvo Fritz en todo lo que hizo. Y ella fue expresión de la valentía que lo caracterizó. Valentía para no amilanarse frente a las críticas de opositores ideológicos y para enfrentar la sabiduría convencional, la comodidad de lo políticamente correcto y la tentación de treparse al coche de las ideas de los poderes de turno. Fritz fue un libertario coherente y combativo. De los que le hacen caso a su razón y no a lo que el resto repite o quiere escuchar.
Durante los noventa, Fritz fue pieza clave en el equipo del Ministerio de Economía que tumbó al elefante del estatismo y realizó las reformas económicas que cambiaron el destino de todos los peruanos. Aquellas que transformaron a un Estado fallido en un país que crece a tasas sorprendentes y que, gracias a eso, solo en los últimos diez años redujo a la mitad la pobreza.
Numerosos reformistas cambian su línea de pensamiento oportunistamente para sobrevivir en el Estado o para no enfrentar la incomodidad de disentir de las ideas de moda. Fritz, por el contrario, dejó el gobierno cuando este, atrapado por el populismo reeleccionista, paralizó las reformas. Y se pasó al lado de quienes, desde la sociedad civil, defienden las ideas que tanto progreso han generado para los peruanos.
Recuerdo cómo hace más de una década, cuando yo era un estudiante universitario, tenía el lujo de ver a Fritz explicando con una lógica apabullante a auditorios repletos los beneficios que trajeron las reformas de libre mercado. En ese entonces, él era gerente del Instituto Peruano de Economía, institución que en parte gracias a su liderazgo hoy es uno de los más importantes ‘think tanks’ del Perú. Desde ahí, además, Fritz hizo frente a la contrarreforma en materia de apertura comercial que trató de implementar el gobierno de Paniagua por motivaciones políticas.
La academia, sin duda, fue otra de las esquinas desde la que este libertario defendió las ideas del progreso. Fue una de las cabezas que diseñó la carrera de Economía y Políticas Públicas en la UPC (carrera inexistente hasta ese momento en el país) y se convirtió en su primer director. Y publicó en coautoría “Un balance de las políticas sociales” y “La reforma incompleta”, libros que permiten entender por dónde deberían continuar los cambios económicos en el Perú.
Su faceta más conocida, sin embargo, fue la de periodista. Nuevamente, desde esta trinchera y en numerosas ocasiones a contracorriente, se dedicó a defender las ideas de la libertad. Y su voz fue de aquellas con las que se podía discrepar, pero jamás ignorar.
Cuando una personalidad tiene tantas obras como las tuvo Fritz, es difícil coincidir con todas. Y, especialmente cuando se luchó con convicción y legítimo apasionamiento, es natural acumular críticos. Pero hay que ser ciego para no reconocer su tremenda contribución al Perú y la fidelidad a sus principios e ideas. Fidelidad propia de los hombres excepcionales que saben pensar por sí mismos y que responden, como se debe, solo a la propia conciencia.
Se ha ido, demasiado temprano, un peruano valiente. Valientemente libre. Gracias por todo, Fritz.