. (Foto: Captura de video)
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Franco Giuffra

Hay de todo entre quienes se resisten al indulto de Alberto Fujimori. Algunos reclaman la celeridad del procedimiento. Otros acusan a PPK de mentiroso. Muchísimos más están indignados por el pacto del “quid pro quo”. Todas son posiciones respetables, pero no las comparto. 

Que el indulto se haya aprobado entre gallos y medianoche no parece sustantivo si se han cumplido los requisitos de una prerrogativa que es perfectamente constitucional. No encuentro lugar para la sorpresa. Hace meses que el presidente lo venía anunciando. Torpe y reiteradamente. Lo que algunos le reclamaban, en todo caso, era su indefinición. 

Tampoco sorprende que el presidente hubiera dicho lo contrario en las vísperas. Eso es lo que mejor saben hacer los políticos. Que no van a postular, que no irán a la reelección, que no se van a cambiar de partido. 

En todo caso, quienes lamentan esta mutación de pareceres cosechan ahora lo que sembraron la semana pasada. Tenían en sus manos mandar a PPK a su casa por mentir a una comisión del Congreso, pero le perdonaron inexplicablemente la vida. Lo salvaron a pesar de ser mentiroso y ahora sufren que les haya mentido. 

La repugnancia que suscita el “acuerdo infame por la impunidad” es igualmente endeble. La política está plagada de esos pactos. El que habrían hecho Kenji y PPK no es nada inverosímil.  

Por lo demás, ¿no era precisamente eso lo que le exigían al presidente? Que se armara hasta los dientes para ir a la guerra. Pues bien, PPK les hizo caso, sacó de su arsenal la bomba más mortífera y se la soltó al mototaxi en la línea de flotación. 

A las objeciones anteriores se suma la vasta, democráticamente inatacable posición de una porción enorme de ciudadanos que simplemente no está de acuerdo con la libertad de Fujimori. Sin expresión de causa, si se quiere, porque no la necesitan expresar. Quieren al ‘Chino’ preso y punto. 

En otras circunstancias, me sumaría presuroso a esa legión de opositores. Pero considero que en el momento actual el Perú necesita apostar por un bien mayor: la gobernabilidad. 

La experiencia de los últimos meses muestra que el país es ingobernable. La fórmula PPK versus Keiko no funcionó. Las reuniones conciliatorias no sirvieron para nada. La inhabilidad política del presidente y la oposición irracional del keikismo fue una mezcla explosiva y además inoperante. De esa fórmula no sale progreso sino más pobreza.  

Este desencuentro estructural necesita un cambio de juego radical. No basta incorporar al Ejecutivo alfiles con perfil político o extenderle a los Becerriles un tranquilizante. Ya no hay puente que pueda cubrir esa brecha. 

Si no hubo renuncia ni vacancia de PPK, lo que queda es desbaratar a la oposición. El indulto es una manera legal de patear el tablero y ver cómo caen las piezas nuevamente. Por lo que se sabe, existe una buena probabilidad de que el keikismo pierda su mayoría y eso sería muy bueno para el Perú. 

No hay garantía de que eso suceda, pero es una apuesta razonable. Ya empezaron los fujimoristas a lanzarse acusaciones mutuas. Lo siguiente será ver cómo resuelven la indisciplina de los disidentes y en qué frasco le llevan ahora a don Alberto su agua de azahar. 

En consecuencia, si el indulto ayuda a desarmar en algo el keikismo, si ello se traduce luego en más gobernabilidad; si el Parlamento reduce su obstruccionismo persistente, podríamos estar mejor. Aunque sea proporcionando una décima de punto porcentual de crecimiento adicional del PBI. Solo con eso habrá más peruanos que tengan algo para comer.